"El derecho de sedición debe
ser respetado, salvo en el caso de peligro claro y presente, el cuál obligaría
a restringir las libertades políticas" Rawls. J.
Ante los hechos que observamos en
forma directa, de ciudadanos que prenden fuego sus espacios de representación
institucional, nos vemos obligados a continuar trabajando, desde el concepto,
como lo venimos realizando, casi proféticamente, en este caso particular en relación
al artículo que impedía la reelección del Presidente de Paraguay, pretendiendo
resolver por lo frío de la norma, una cultura que generó a Gaspar de Francia
como a Stroessner y que debía de ser resuelta profundizando lo democrático, es
decir la cuestión meramente electoral, y no pretenden torcerla con cabildeos
que obviamente terminarían (sí es que esto acabó, Venezuela está en una situación harto compleja también,
o sí es que continuará en el plano de la acción o en otras fronteras, o ambas)
en disputas de poderes abstractos que devienen en el florecimiento de la gente
en las calles, iracundos, violentos y dispuestos a pasar por fuego, lo que
consideran que se llevaron puesta su posibilidad de comer como de vivir
dignamente.
Cómo lo siguiente que afirmábamos
semanas atrás, no se produjo y en cambio se apostó, al devaneo, a lo difuso del
interactuar de poderes del estado, difuminados en lo que verdaderamente
representan, se llevó a una situación de hastío ante el manoseo que escondía
las verdaderas intenciones de una clase política, alejada por siempre de los
intereses de los sectores populares, pero irracionalmente distante de la lógica
política.
Creemos en la
inconstitucionalidad del artículo Nº 229 de la constitución Paraguaya que impide la reelección del máximo
gobernante ; estamos ante la defensa del derecho básico del ciudadano a poder
elegir a quién lo gobierne, sin que medien condicionamientos de corporaciones
políticas o clanes, o facciones, con representatividades ocasionales, como en
mucho de los casos de legitimidad difusa, cómo es el caso, de la limitante de
reelección al máximo cargo político de un país soberano que dice tener para sí,
precisamente un régimen democrático, en donde la soberanía residiría en la
voluntad popular, sin condicionamientos. Dentro de un contexto, no solamente,
político, sino social en donde esta limitación no existe ni como planteo
teórico. Es decir, atenta este artículo contra todo un sistema político, donde
salvo el Presidente, el vice y los gobernadores, todo el resto de la representatividad
política, puede ser reelecta, sin ningún tipo de ecuanimidad ni razón
argumental que determine esta inequidad para el libre desarrollo de los
derechos políticos del ciudadano. Asimismo consideramos también que atenta
contra nuestros usos y costumbres, en donde desde los gremios, como los entes
autárquicos, los clubes de barrio, o cualquier organización de personas, están
al mando de alguien, que por lo general siempre consigue permanecer por muchos
años al frente de lo que coordine, dirige o preside. Esto desnuda que a nivel
teórico, sobre todo ciertas minorías ilustradas, pueden estar en contra de
reelecciones, pero es nuestra forma de ser ante el mundo, tiene que ver con
nuestra tradición, con nuestras costumbres, es cómo si alguien mañana, en una convención
constituyente quiera establecer el fin del monoteísmo, no por ello la gente,
dejará de creer en un solo dios y empezará a creer en varios. Nosotros con esta presentación apuntamos a
defender el derecho básico y esencial del ciudadano, elegir quién lo gobierne,
que creemos que se está vulnerando, por una disposición normativa escandinava
que nada tiene que ver con lo que hemos sido ni lo que somos como pueblo en la
gran nación guaraní.
Lamentablemente venimos de
tiempos en donde se nos quiere hacer creer que la política es lo urgente, es la
dinámica pura y dura de un hacer alocado, y la política, es lo subyacente, son
las reglas de juego que tienen que ser mejoradas o cuestionadas desde la razón,
para que los ciudadanos, no se encuentren una y otra vez con los mismos
problemas irresueltos por parte de quiénes cambian de envases, que también,
lamentablemente, vienen en recipientes más insustanciales, que son partidos
políticos que no plantean, ni defienden planteamientos, sí no que tan sólo se
terminan disputando el poder para responder a intereses facciosos o de clanes,
separándose de tal manera de los que dicen representar que son los ciudadanos.
No debemos, sin embargo, dejar de
soslayar que estar a favor de las
reelecciones, es políticamente incorrecto, o no recomendable desde el punto de
vista teórico. No sólo consideramos que estamos más allá de que esto beneficie
o perjudique a alguien, sino un desarrollo teórico de proporciones, de allí que
reconozcamos que probablemente sea no recomendable reelegir gobernantes. Ahora,
no podemos tener reglas de juego que no sean ecuánimes y que atenten contra el
sistema mismo al que se propone y presenta como lo mejor que podríamos tener
políticamente. Es decir sí las reelecciones tienen un límite, que lo tengan
para todo y cada uno de los cargos ejecutivos y representativos y que se haga
extensivo al funcionariado que es designado de forma discrecional, sí no, que
no se le impida al soberano, el elegir a sus gobernantes, a riesgo de que
eternice a personajes en el poder. Es decir, tenemos que apostar a hacer
madurar a la ciudadanía, darle la libertad de que pueda votar a quien quiera,
las veces que lo desee, pero que tenga la madurez de saber los riesgos de
reelegir indefinidamente. Es como si uno como padre de un pre adolescente, no
lo deje salir a divertirse a la noche, por temor a que tome malas decisiones,
esa no sería la posición correcta, lo correcto sería que lo formemos para que
él pueda tomar las mejores decisiones, y que nosotros no le impidamos nunca ese
ejercicio por temor o por riesgo de. Es lo mismo que pasa con ciertos países
que aseguran hacer guerras preventivas o contra la opresión o el terrorismo,
ejerciendo opresión o el terror.
Apelamos a las autoridades
nacionales al respeto irrestricto de la soberanía popular, a las garantías
políticas del pueblo Paraguayo, reservando, de lo contrario, a quién considere
que esto esté lesionado, el derecho de realizar los planteos en los organismos
internacionales, como el Parlamento Europeo, la Corte Interamericana de los
derechos humanos (CIDH) y reserva de solicitud de carta democrática ante el
Mercosur, Parlatino y envío de situación al Departamento de Estado de
EE.UU.
“La indefensión es un concepto
jurídico indeterminado referido a aquella situación procesal en la que la parte
se ve limitada o despojada por el órgano jurisdiccional de los medios de
defensa que le corresponden en el desarrollo del proceso. Las consecuencias de
la indefensión pueden suponer la imposibilidad de hacer valer un derecho o la alteración
injustificada de la igualdad de medios entre las partes, otorgando a una de
ellas ventajas procesales arbitrarias” (Definición otorgada por Wikipedia). La
indefensión política, es una construcción conceptual, o un neologismo, al que
tenemos que acudir para describir la situación en la que los ciudadanos de
cualquier democracia occidental se vean percudidos por condicionamientos que
impidan la libre elección de sus propios gobernantes.
Se deja en claro que la
pretensión no es hacer ni discutir ciencia, a partir de la premisa de que la
filosofía política, de un tiempo a esta parte, no viene discutiendo, nada o
casi nada, que establezca consideraciones radicales que propongan un estado de
cosas, (discutir la misma noción de estado dentro de ellas) que difiera, al
menos, discursivamente, de una inercia en la que se podría decir que estamos
sometidos, desde los primeros libros de consideraciones políticas tal como la
conocemos. A diferencia, de lo que ocurre, por ejemplo, con otro campo, extenso
de lo filosófico, como el ontológico, en donde las perspectivas, no sólo que
han sido y son, de diversidades insondables, sino que además interpelan, a la
confrontación de la experiencia metafísica, del cabo a rabo del fenómeno
humano. Se entiende que podrán alegar, que esta consideración pueda ser
catalogada de logomaquia o pecaminosa por insustancialidad académica, sin
embargo, el registro de los hechos de nuestras democracias occidentales
actuales nos impele a pensar, utilizando la filosofía política para ello, por
más que como se considera, esto mismo sea un oxímoron.
Sí este campo nos está vedado, o
por las propias imposiciones del poder, está cerrado para poder pretender un
análisis de lo político, que vaya más allá de la filosofía política, que no
filosofa políticamente, iremos por el sendero de lo que clínicamente se
considera normal o anormal en términos psicológicos, de forma tal de encontrar,
en qué lugar del análisis estamos.
Estudios e investigaciones
determinaron el siguiente test, para descubrir comportamiento psicopático:
“Una mujer está en el entierro de
su madre junto a su hermana, y de
repente ve un apuesto señor apoyado en un árbol del cementerio mirándola
fijamente. Está lloviendo y ella se acerca a él para refugiarse en su enorme
paraguas negro. La mujer, sonrojada, lo mira intensamente… Durante los días
siguientes lo sigue, lo busca, lo ve… y poco a poco se enamora locamente de él,
pero nunca le dice nada. Un día, le pierde la pista. Lo busca sin éxito y pasan
varios días sin volver a verlo. Un buen día la mujer mata a su hermana.”
La mujer mata a la hermana para
volver a ver al hombre que la enamoró en el entierro de su viudo.
Tener una política o una
representación de políticos psicopáticos, sería que cada dos años o cierto
tiempo, sólo ejerzan un comportamiento democrático, para citarnos, solamente a
votar, sin más.
“Es increíble como un pueblo, en
cuanto está sometido, cae tan repentinamente en un profundo olvido de la
libertad, tanto que no puede despertarse para recuperarla, sometiéndose tan
fácil y voluntariamente, que se diría al verlo que no ha perdido su libertad,
sino ganado su servidumbre. Es verdad que al comienzo se somete obligado y
vencido por la fuerza; pero los que vienen después sirven sin disgusto y hacen
voluntariamente lo que los anteriores habían hecho obligados. Por esto, los
hombres bajo el yugo, alimentados y educados en la servidumbre, se contentan con vivir como han nacido sin
cuidarse de nada; y ni piensan en tener otro bien ni otro derecho que el que le
fue dado, y toman por natural el estado de su nacimiento. (“Discurso de la
Servidumbre voluntaria”. Étienne de la Boétie. Pp 38-39. Editorial Colihue).
Sí los ciudadanos no somos capaces de
despojarnos de la servidumbre voluntaria y continuar sometidos a políticos con
comportamientos psicopáticos, no sólo hablaría de nuestra enfermedad social,
sino también de nuestro propio incumplimiento con la Constitución, dado que
dejaríamos nuestra condición de seres humanos.
La única herramienta válida,
tanto legal como legítima para que exista la representación, es la
manifestación de la voluntad del voto soberano, en el marco de elecciones
libres que de tal forma constituyen la democracia expresada en su sentido lato.
Sí hablamos de legitimidad, no
sólo debemos hacerlo, diferenciándola, de la legalidad, sino estableciendo una
meridiana diferencia entre la legitimidad parcial versus la legitimidad
absoluta, la primera que es la válida y la única razonablemente cierta que
puede otorgar el ciudadano a sus mandantes y la segunda, la que cree tener el
representado cuando absorbe la cesión de la ciudadanía, para luego cometer los
latrocinios por todos conocidos, que supuestamente, controla o controlaría,
estos excesos, otro poder de un estado constituido que sería el poder judicial,
cuyos miembros no son elegidos, paradigmáticamente por el voto de la gente.
Esta razón de la legitimidad parcial, podría encontrarse observada
explícitamente, en que el ciudadano al delegar su representatividad, lo haga no
sólo por el término de una elección a otra, sino también bajo ejes
conceptuales, que vayan más allá de lo temporal. Un ejemplo concreto sería que
los representantes, no puedan, es decir tengan su legitimidad parcial o vetada,
para introducir reformas constitucionales o electorales. Los mismos que
conducen el juego, no deberían, asimismo estar posibilitados para cambiar esas
reglas a su antojo o discrecionalidad. Toda reforma debe ser ad referéndum,
bajo consulta obligada a la ciudadanía, de lo contrario se irrumpiría la
parcialidad natural que nos insta como seres humanos. Todo lo absoluto, así se
trate de una falsa idea de libertad, conduce inevitablemente a lo totalitario.
La democracia sí ha caído
producto de los desmanejos de cierta clase política en un juego maquinal, como
lo puede ser una tragamonedas o cualquiera que estipule el azar como factor
determinante, debe re-escribirse, re-interpretarse, de lo contrario, sostener
que lo político, mediante lo democrático es un juego adictivo de cierta clase
dirigente para con las mayorías no tiene razón de ser, pues así como alguien
sostuvo que dios no pudo haber jugado a los dados con nosotros, no podemos
seguir siendo siervos, de quiénes, muy probablemente, hasta no puedan estar
libre de afecciones que les nublen en buen entendimiento.
Las libertades políticas y en
concreto, la libertad de expresión política pueden resultar contraproducentes
sí, realmente, incluyen el derecho a la expresión subversiva, es decir, el
derecho a la resistencia y a la revolución, el derecho a la desobediencia civil.
Este es un tema que siempre ha puesto en difícil aprieto a todos los teóricos
de los gobiernos representativos y legítimos.
En los bolsones marginales, en
los archipiélagos de excepción, en donde el estado se ausentó en nombre de la
política y los políticos al mando, sólo los tienen en cuenta, en los períodos
electorales, para utilizar sus necesidades en el beneficio institucional de que
asistan a las elecciones y los apoyen, a cambio de mendrugos o dádivas, en una
práctica claramente extorsiva y prostituyente o cosificadora, la ciudadanía (sí
cabe el término para tales sujetos que están en condiciones pre capitalistas y
sometidos a la miseria de la indignidad del hambre constante y la bota arriba
de la cabeza bajo el nombre de la necesidad permanente) sin embargo, cree,
casi, dogmáticamente (estamos trabajando en una lectura en paralelo con el
fenómeno religioso, que en las capas más bajas, sostiene sus adhesiones
mediante la resignación, la culpa y la vida ultraterrena, en clave dogmática
obviamente o apelando a que la fe es lo último que se pierde o lo único que se
tiene en medio de la desesperanza) en la democracia, en la política o en sus
políticos. Es paradojal, en tales sectores, en donde la política, o la
democracia han demostrado sus fracasos más rotundos posee sin embargo, un apoyo
irrestricto, irracional, explicable tal vez desde una resignación tajante o una
fe conmovedora. Sin embargo, en los sectores, llamados independientes, cercanos
a los cascos urbanos de las diferentes ciudades relevadas, los encuestadores,
tienen muy difícil la realización de sus trabajos de campo. En un gran
porcentaje son echados, cuando advierten que la consulta tiene que ver con la
política. Los que responden, abrumadoramente, muestran su rechazo, sino también
la generación de una suerte de resentimiento, hacia la política, y su sucedáneo
actual, lo democrático. Aquí tal vez, sea conveniente volver a citar al hombre
de Harvard, como para aproximarnos a una explicación del fenómeno. (“La gente
está perdiendo su confianza en las instituciones democráticas. Tiene razones
para estar enojada, a lo largo de la historia de la estabilidad democrática, el
nivel de vida medio de la población fue aumentando de una generación a otra.
Pero ya no. Debemos descubrir como nuestras democracias pueden ser estables en
esta nueva circunstancia”. Mounk, Y). Se vislumbra esto mismo en forma
fehaciente, pues la generación que podría estar mejor que sus padres, no lo está,
y en paralelo, observan que aquellos que estaban como siguen estando, no tienen
otra herramienta más que la fe o la resignación. Su conciencia de clase, no
sólo es distinta, sino que además tienen las herramientas (educación formal por
ejemplo o cierta cultura comunicacional o televisiva) como para expresarlo,
cada vez más contundentemente y podríamos arriesgar, hasta con odios
concentrados o acumulados, hacia los que ellos consideran responsables,
agrupándolos en el significante de políticos/política/democracia.
Sabemos que no tendremos el
beneplácito, el reconocimiento saludable, por parte de las autoridades, los
medios de comunicación, y mucho menos la gratificación de los dirigentes
políticos o culturales, por estar desarrollando esta colaboración a nuestra
democracia vernácula. Incluso más, sabemos que lamentable, como erróneamente,
este tipos de investigaciones, despierta la estulta y antediluviana reacción de
que se la tomen con el mensajero. Seremos nuevamente señalados de todo lo que
no somos, proyectados en odios ajenos, en envidias incomprensibles y en
ninguneos harto frecuentes.
A contrario sensu, de lo
pretensión metodológica de las revoluciones del pasado, no es necesario
convencer a muchos y que esos muchos provengan de un campo popular, sometido u
oprimido.
Debemos subvertir la revolución.
La revuelta pasa por convencer a los privilegiados que no tienen verdadero
provecho de los privilegios de los que dicen o sienten gozar. No necesitamos ocupar
ninguna calle, incendiar ninguna bandera, edificio o botella con gasolina.
Simplemente nos bastará con tener
claro esto mismo, para socavar la mente de los que mandan, de los que
gobiernan, de los que tienen en sus manos las reglas de juego actuales. A ellos
debe apuntar nuestra revolución, hacia allí debemos apuntar nuestro objetivo
revolucionario. Debemos subvertirlos para que sean los abrazos, armados y
ejecutores, de un occidente, que tenga reglas de juego más inclusivas o
democráticas, tal como entendemos algunos, la verdadera democracia.