Doña Norma
La mujer corneadora, tiene diferente estima social, que el hombre que ha decidido romper el contrato marital, moralmente. Síntoma indisimulable del machismo recalcitrante, que sostiene en parte el cariz cultural de nuestra sociedad. La primera es una golfa, una prostituta, una mujerzuela que padece ninfomanía. El hombre, en cambio, y tal como lo afirmamos, merece hasta una mirada de congratulación, esta bien y es lógico, que pueda discernir entre la institución del matrimonio y sus deseos sexuales, que se concretan, por lo general, con jovencitas recién salidas de la adolescencia.
Se infiere de tal mecanismo de pensamiento, que la mujer es un objeto, según el panóptico (el edificio transparente, desde donde todo se podía ver, creado en teoría por Bentham) donde se acodan las autoridades sociales, una mina no puede engañar a su marido, por más que este no la satisfaga sexualmente, la golpee, la humille o no la quiera. Independientemente de las razones o evidencias que la fémina posea, terminará siendo una ligera, bombacha veloz e interminables epítetos irreproducibles.
Una de las razones por las que no existe, una expresión feminista, o de defensa de problemas de género fuerte o afianzado como en otros lugares del país, en nuestra provincia, consiste en que la mujer es por lo general más machista que el propio hombre. “Que tenga noma sus guaynas”, es una frase muy escuchada en casas de cincuentonas, que preparan lustros antes, la celebración de las bodas de plata. Las mujeres corneadoras, desaparecen de los lugares que frecuentaban, muchas optan por irse fronteras fuera, para evitar las miradas ignominiosas y lacerantes, que le pueden propinar, escapando del mote de “locas” que las perseguirán hasta el fin de sus días.
La asociación, burda y precaria, con respecto a la mina infiel, es que si lo cago a su marido una vez, es porque le gustan los miembros de toda clase y en todo momento. Por más que suene ordinario, lamentablemente, es así, y mucho peor.
El paroxismo de la estupidez, lleva a cabo la propia mujer golpeada, que acepta tal situación, cuál si fuera un karma divino en su vida, o poniendo como excusa, para no denunciar al animal (no hay otro término que defina a esta clase de casi-sujetos) las relaciones que este tendría con el poder de turno, para salir indemne del problema.
La mina que sale con un tipo casado, no posee obstáculos recriminatorios, se transforma en un elemento más de la realidad socialmente aceptada. Lo que no sabe, en su momento, la por lo general, joven damisela, es que se pone, ella sola, el cartel de objeto. Al sumar años, y por tanto, ante el decaimiento natural de su figura, percibe lo tragicómico de su papel, pese a que haya podido solucionar problemas materiales (económicos), se reconoce como una estampa secundaria, a la que le hubieron de prometer un primer lugar, que nunca llegó. Claro, al mirarse al espejo y observarse de tal forma, ya hubieron de pasar una buena cantidad de años, y el círculo vicioso se vuelve a iniciar, teniéndola a la mentada, en el lugar de víctima y no como otrora, en la posición de victimaria.
A grandes rasgos, podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el amor, es decir el deseo profundo de estar y sentir hacia alguien, una fuerza no regulada por la razón, nunca ha sido demasiado tomada en cuenta como eje de la cuestión humana.
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