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"Que el poder judicial deje de fallar"



Debemos interpelar a las autoridades constituidas y legitimadas por el voto popular, a que en un plazo perentorio de 30 días corridos puedan informar a la población el grado o nivel de funcionamiento que le adjudican al poder judicial estableciendo para ello las categorías de: buen funcionamiento, regular funcionamiento y mal funcionamiento.


Solicitar a las mismas que argumenten o profundicen la argumentación por haber brindado tal categorización al funcionamiento del poder judicial, entendiendo que éste busca una noción de justicia sintetizada en la máxima de Domicio Ulpiano de dar a cada quién lo que le corresponde.

 

Exigir a todos y cada uno de los miembros del poder judicial que puedan realizar el “giro democrático” renunciando para ello, a las prerrogativas o rémoras pre-republicanas que los posicionan en un sitial por encima del plano ciudadano, haciendo uso y abuso de privilegios insidiosos que percuden el tejido social.


Recomendar en este mismo sentido, que en caso de no ser una respuesta de cuerpo, se constituyan en acciones individuales por parte de integrantes del poder judicial que entiendan y comprendan que la democracia también llegó a tal poder instituido. Para ello se podrán acoger al retiro o la jubilación en la edad indicada, pagar las tasas, impuestos y contribuciones sin excepcionalidad y por sobre todo ajustar sus haberes en relación a la cantidad de casos específicos y concretos que tratan, resuelven o sobre los que dictaminan.


Plantear un desarrollo de un marco teórico de la noción de justicia, tanto en sus límites o fronteras con otros conceptos lindantes como venganza y resarcimiento, e indagar a ultranza a los efectos de sí finalmente la justicia cómo poder constituído puede, y en tal caso, debe, permanecer, independiente o sin el influjo de los otros poderes o incluso de las mayorías que se constituyen circunstancialmente y sin traducción la representación clásica.


Recomendar en la actual dinámica del poder judicial, los institutos de: revocatoria popular de magistrados (previa demostración de mal ejercicio) otorgamiento final (luego de los procesos de preselección) de las magistraturas por intermediación del azar o sorteo y plebiscito no vinculante ciudadano para determinar cada cierto tiempo (dos o cuatro años) el funcionamiento integral del judicial como poder del estado al servicio de la población en arreglo o acuerdo a una noción de justicia puesta en práctica en los términos de un aquí y ahora dados.  



A lo largo y a lo ancho de Occidente, desde que el principio de inocencia, se sostiene, casi caprichosa y capciosamente, para el funcionariado político que accede a tal condición por lo electoral, nos despertamos con las noticias acerca de denuncias, de idas y marchas, judiciales sobre tal o cual presidente, legislador, gobernador, intendente, concejal o cualquier tipo de figura política, que asumiendo un rol en el manejo de la cosa pública, se aprovechó, abusando y vejando, la legitimidad de la representación, que siempre y por definición es crítica, para lograr una ventaja personal, que casi siempre se corresponde con una acumulación de bienes materiales o el provecho puntual y específico para obtener un goce que puede ser espiritual pero obtenido mediante la vulneración a la confianza pública que se le ha depositado, para que sea fiel a finalidades colectivas y no facciosas o personales.


Arrecian tanto en las redacciones de medios de comunicación, tradicionales como en redes sociales, los datos, más o menos cercanos con una verdad, siempre a probar, y que nunca alcanzará en tiempo y forma a dictaminar justicia, tanto sobre el acusado, como para el colectivo afectado; sus representantes. En el mejor de los casos, las fuerzas políticas, que se turnan por cabalgar o comandar estas denuncias de “hechos de corrupción” como lo llaman o sindican, inocente o cómplicemente, redactan algún que otro proyecto, para que en caso de ser probado el acto de corrupción los bienes sustraídos, vuelvan al erario público.

Como si fuese un capricho del destino, y por más que nos obstinemos a no creer en clases, se esfuerzan para que las pensemos como tales. La radical importancia de lo sustraído no es el bien, por más que este se valúe en cientos de millones. Lo que se roba un político habiendo accedido por voto popular a su función es cierta confianza pública, horadando, percudiendo, con su malandrismo, al sistema democrático mismo, de allí que establezcamos la tipificación de este delito como democraticidio.

Queda al margen la discusión sí el hombre de estado, tiene que predicar con el ejemplo, y hacer de su vida un testimonio, por intermedio de sus acciones, y por tanto, gran parte de su vida privada, es precedente de su comportamiento público. Queda afuera también la aporía sí el poder corrompe (una persona honesta, se convierte en lo contrario al acceder) o sí el poder devela (alguien que se queda con 10 centavos de un vuelto mal otorgado, es un corrupto en potencia con intenciones de desfalcar al estado). Nos ajustamos a la realidad, todo puede ser, hasta que en el ámbito público, no se desate un escándalo, no importa sí el que accedió es pederasta o criminal, sí fuera de modo contrario, al menos se debería hacer un test de personalidad a los funcionarios. Lo gravoso de este derrotero, es que no es únicamente, lo lesivo, la producción del escándalo, sino lo que se genera luego o para decirlo más claramente, lo que se viene generando, con la sucesión de escándalos de nuestros políticos, a lo largo y ancho de Occidente, habiendo birlado la confianza pública, vejándola, para obtener pingües posicionamientos sectoriales, beneficios espirituales o materiales.

¿No cree acaso usted que el descreimiento hacia lo democrático está vinculado directamente con los actos de corrupción, que se transmitieron en vivo en los diferentes medios de comunicación, casi desde el momento mismo de producido, o desde la denuncia, hasta el estado de no justicia, de no cierre, o de sospecha permanente que casi siempre quedó en el éter, cuando un político fue juzgado?


¿Y quiénes o cómo se eligen a los magistrados? Antes de la forma republicana, el poder incuestionable del rey, que dimanaba de autoridades incluso celestiales o superiores no permitía duda alguna de designar o emplazar a los magistrados. Allí nace la figura del "defensor del pueblo" tan inúltil por simplemente hacer una copia de tal institución en naciones sin haber tenido experiencias monárquicas. 


Debiera constituirse la figura del defensor ante la magistratura que tuviera como principio que de esa "familia judicial" o la constitución de la misma, no tenga familiaridad o vínculo con hombres y mujeres actuantes en la política o que hayan tenido experiencias en los poderes legislativo o representativo. Ninguna hija de alguien que haya sido, legislador y que alcance el cargo de juez, podría contar con una legitimidad democrática o republicana que accedió a tal lugar por otra cosa que no sea por las artes de su padre, o que tenga, incluso muerto o extinto este, una carta o manuscrito que así lo detalle y que se pueda dar a conocer a la opinión pública en un momento dado, por citar un ejemplo.  


Quien invoca algo que rompe el estado de normalidad, debe probarlo («affirmanti incumbit probatio»: ‘a quien afirma, incumbe la prueba’). Básicamente, lo que se quiere decir con este aforismo es que la carga o el trabajo de probar un enunciado debe recaer en aquel que rompe el estado de normalidad (el que afirma poseer una nueva verdad sobre un tema).En la academia, el onus probandi significa que quien realiza una afirmación, tanto positiva («Existen los extraterrestres») como negativa («No existen los extraterrestres»), posee la responsabilidad de probar lo dicho. Entre los métodos para probar un negativo, se encuentran la regla de inferencia lógica modus tollendo tollens («que es la base de la falsación en el método científico») y la reducción al absurdo.

¿Acaso, por más que sea lamentablemente, no es normal es decir lo probado, lo sospechado, lo que se cree (¿no es esto el verdadero sentido de lo justo, lo que se cree?) en relación a que un político nos roba o se aprovecha para su beneficio de su condición de tal y lo anormal, que se maneje honestamente y no se aproveche, lo anormal y lo que debería ser probado?.

Como pudimos comprobar, el mismo principio de Onus probandi, es el que podría sostener también la modificación que sostenemos. Lo que se ha modificado es la circunstancia de la política que pasó de ser un concepto para gobernarnos a un modo de sobrevivir.

Todos y esto sí es universal, somos responsables, de hacia dónde estamos dirigiendo al mundo, por tanto nunca señalamos lecturas clasistas, el político, que puede ser cualquiera de nosotros, arriba a su condición de tal, no por su expectativa de conducción colectiva, de su vocación por el bien superior, o su aspiración al bronce de la historia o su poder de abstracción. El político quiere acceder a una posición de tal, para primero cambiar su realidad personal. Sí esto no lo terminamos de asumir, terminaremos con la democracia y caeremos en el escalón más bajo de una lucha de todos contra todos, en los reinados y reductos de la violencia como última o primera razón.


“– Es fama -dijo – que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.– Eres muy crédulo- dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe.” (Borges, J.L “La rosa de Paracelso”)

“La confianza solo es posible en un estado medio entre saber y no saber. Confianza significa: a pesar del no saber en relación con el otro, construir una relación positivas con él. La confianza hace posible acciones a pesar de la falta de saber. Si lo sé todo de antemano, sobra la confianza. La transparencia es un estado en el que se elimina todo no saber. Donde domina la transparencia, no se da ningún espacio para la confianza” (Chul Han, B. “La sociedad de la transparencia”. Herder. Barcelona.2013. pág., 91).

“Las prácticas políticamente correctas exigen transparencia y renuncian a ambigüedades, con el fin de garantizar la mayor libertad e igualdad contractual que sea posible, de modo que ruede en vacío el tradicional nimbo retórico y emocional de la seducción” ( Illouz, E. “Porque duele el amor. Una explicación sociológica. Katz. 2012. pág., 345) 

En la necesidad de evidencias, aún no hemos acusado recibo del escándalo Sokal que demostró (cómo si hubiese sido necesario y posible asir lo imposible de determinar) que la estructura determina y condiciona la dinámica. Los límites del lenguaje, son el reconocimiento palmario que no tenemos mucho más que expresar lo que hace tanto.

No arribaremos, ni arribamos a lugar alguno. Fugar de nuestra finitud, es el fantasma mayor que construye nuestra psiquis para hacer lo soportable lo cotidiano. En la arquitectura de la angustia, moldeamos el curso y decurso de palabras para que sean validadas por esos otros en el arbitrio de un me gusta, de una manito con pulgar arriba o de una aceptación vía referato ciego. 

La verdad instituida no es ni más ni menos que la preponderante en un circuito de poder que delimita reglas de juego no del todo claras como tampoco absolutamente difusas. 

Lo evidente como condición necesaria de la transparencia y su suficiencia, impone un dispositivo en donde el resultante es la tarea del aquí y ahora. Nos transformamos, por acción u omisión en un algoritmo que dirá cuánto hemos acumulado en un contante y sonante que siempre nos será excesivo y por sobre todo, nos excederá. 


El común democrático, como conjunto de valores defendido y dimanado de los representados y gobernados hacia los representantes y gobernantes, no debe ser impuesto como verdad incontrastable, como sendero único o alternativa superior, sacra o divinizada. 

No necesitamos el derrotero de la prueba constante, el persistente proceso procedimental en el que estamos absortos desde hace tiempo, cuál ave de luz en un túnel oscuro. Así cómo no hubo discípulo para Paracelso en el cuento de Borges, tampoco habrá salida a la sociedad de control desde las letras, que distorsionan las estructuras y dispositivos, propuestas por el filósofo surcoreano, convertido por su nación de adopción y directivos editoriales, en una de las tantas sirenas a las que no escuchará el Ulises actual en que nos hemos transformado. 

El viaje como destino y la meta interdicta, sometida a consideración de los viajantes, en tal amarra encontraremos paz y templanza para discernir entre lo posible y lo imposible, entre lo conveniente e inconveniente, más allá de mentiras y verdades que no son más que dos humores distintos de un mismo cuerpo con necesidad de expresarse. 


Regresamos a la cita de Hegel, cuando determinadamente expresa que la justicia es el gobierno del pueblo, allí es en donde la política debe actuar, explícita y profusamente. La falsa independencia, que se le hubo de arrancar, a Montesquieu en una de sus vaguedades teóricas, debe ser puesta en cuestión. Debemos ajusticiar el concepto de que lo justo, puede ser patrimonio, de seres angelados, de semidioses griegos, los jueces, que, bajo la discreción, fallan, sin tener reparos, siquiera en esa supuesta ley que los ordena.


Definir lo justo, es la cuestión central y sideral, en que el poder político, debe concentrarse para que el pueblo, pueda tener una experiencia semejante, o cercana, a tener que ver, con que plantee sus intereses reales, y no dejar que les sigan engañando, bajo la mentira perversa de lo representativo.

Ufanarnos de nuestras faltas de falta, de nuestra nulidad de carencia, nos conmina en la profundidad ciega de lo incierto. En tal vacío intolerable, debemos demostrarnos, sin embargo, lo contrario. La palabra como posibilidad de conceptos, como intención de comunicación, crea el absurdo de que creamos sin ver ni de ninguna otra percepción que provenga de los sentidos. Precisamente en el sinsentido de los vocablos, de los signos, nace la significación, se entrelazan, disputan, aparean y replican los significantes. 

Nace la elucubración de lo ente, las representaciones de lo que somos y de lo que pudimos ser. Entendiendo el origen de nuestros deseos limitados, las verdades subjetivas, que nos sujetan y nos hacen sujetos, jamás podrían ser absolutas, eternas e inmutables. Tampoco lo otro, su opuesto, el relativismo desenfrenado que siquiera nos posibilita que nos entendamos. En tal anarquía donde se consuma la individuación, prevalece la disposición darwiniana de la supervivencia del más apto. 

Por tanto, aquí ofrecemos, sin más razones que las expuestas que las que expusimos y que seguiremos exponiendo, sin menos que otras tantas que se validan en recintos en donde el saber normativo, se regula bajo pautas de distribución de recursos, de grados académicos o de investiduras que pretenden vestir la desnudez primigenia de lo humano, un pliegue, una perspectiva, una posibilidad, que pueda ser considera para una construcción de mayoría ciudadana, siempre circunstancial como abierta al ensamble de críticas que se le puedan y deban realizar. 


“El error de prohibición es aquel que recae sobre el conocimiento del carácter injusto del acto, sobre su comprensión o sobre la intensidad de la ilicitud. En tal situación, el autor tiene la convicción del obrar legítimamente, sea porque considere que la acción no está prohibida, porque ignore la existencia del tipo legal (ignorancia de la ley), porque dé a una causa justificación o un alcance que no tiene o porque juzgue que concurre una causal de justificación que la ley no consagra o finalmente porque se considere legitimado para actuar” (Gomez L., J. O. Teoría del Delito. Bogota D.C. pág 125.  Ediciones Doctrina y Ley Ltda. 2003).


Cada uno de nosotros en nuestra condición de soberanos, al escindirnos de lo colectivo, para individualmente sufragar y suscribir con ello el contrato social y político en contexto denominado democrático, incurrimos, recurrentemente en un error de prohibición invencible. 


“Se llama error de prohibición al que recae sobre la comprensión de la antijuridicidad de la conducta. Cuando es invencible, es decir, cuando con la debida diligencia el sujeto no hubiese podido comprender la antijuridicidad de su injusto, tiene el efecto de eliminar la culpabilidad” (E. R. Zaffaroni. Manual de Derecho Penal. Parte General, pág. 543. Edit. Ediar 1999).


No se nos puede imputar a ninguna sociedad en general ni individuos en particular, lo que venimos ungiendo como gobernantes o representantes en las diversas aldeas bajo el significante de lo democrático. 


En lo que se denomina “sesgo de posibilidad” nos sujetamos a nuestro fantasma (en clave psicoanalítica) para soportar la realidad esquiva e incierta que nos propone el reflejo de nuestra fragilidad. Queremos creer, nos terminamos convenciendo que lo hacemos porque lo deseamos y porque no nos queda otra, en las nuevas-viejas ilusiones de los que nos proponen gobernarnos y representarnos mejor. 


Sí aceptaremos el desafío que nos propone Nassim Taleb, desarrollaremos la posibilidad de fortalecernos por todas aquellas cosas que no pensamos que nos podrían ocurrir y que tienen más chances de que finalmente ocurran, dado que la realidad no se construye (y mucho menos una colectiva) por profecías auto-cumplidas. Es decir, nada ocurrirá por simplemente pensarlo o desearlo, básicamente porque los humanos somos contradictorios y ambivalentes por definición y constitución. Precisamente esta esencia indeterminada que nos sujeta a la égida de lo incierto, es lo que no podemos tolerar y para ello nos construimos los placebos de tolerancia, las pactos imposibles y los cotos de caza o zonas de confort que jamás serán tales, pero imperiosamente necesitamos creerlas o intuirlas de tal manera. 


Contradictoriamente, como no podía ser de otra manera, consagramos la validez o la invalidez de los actos, mediante la positividad del derecho y lo normativo. 


Es decir, sabemos que nada de lo que nos ocurre (de nacer hasta morir) tiene explicación o sentido lato ni universal, pero en el interregno de nuestras vidas, nos pretendemos manejar bajo lo que estaría bien o mal. Un ordenamiento taxativo, necesario, tal vez imprescindible, pero no justificado, teleológicamente, imposible de sostenerlo con argumentos. 


Tendríamos que estar habilitados a penar a las mayorías que votaron a gobiernos que resultaron perjudiciales para el total de los ciudadanos. Sin embargo, las mismas mayorías circunstanciales, alegarían la figura del error de prohibición invencible. 


Es decir, todos los que votamos alguna vez y seguramente, los que lo harán, tendrán encima de sí la posibilidad, sagrada de elegir mal o la peor de las opciones para gobiernos o representaciones. 


En caso de tener en claro, que el sistema democrático, no sólo no es el mejor de los posibles (desterrar este adagio nos permitirá pensar y más luego construir teóricamente para proponerlo en la práctica, sistemas mejores) sino que además propone no que elijamos a los mejores representantes o gobernantes, sino a los que menos daño nos podrán causar. 

Para los dirigentes políticos, asumir esta gran responsabilidad, los hará más criteriosos y virtuosos. 

En vez de proponernos como lo vienen haciendo, soluciones mágicas o fórmulas narcóticas, que terminan en un espiral de decepción que socava en grado sumo y progresivamente al sistema democrático, debieran pensar en estar a la vanguardia y reconocer que harán todo lo posible por dañar lo menos posible en la imposibilidad que representa el manejar todas las variables del fenómeno humano y ponerle la etiqueta de lo bueno, lo bello y lo justo. 

En caso de pretender una sociedad más democrática, el mejor sendero para ello es reconocer las faltas, las carencias, las imposibilidades y el reducido margen de acción que tenemos para actuar u obrar. En tales fugas, mientras menos daño hagamos (o nos hagamos) será más que suficiente. 

De lo contrario tendríamos (es decir sí creemos que podemos saberlo o conocerlo todo o en el afán de tal manejar el caos en vez de surfearlo) que estar penados, imputados, los que alguna vez votamos mal a representantes o gobernantes que terminaron siendo perjudiciales a las mayorías. 

La energía positiva o emocionalidad no es excluyente, la podemos y necesitamos tener, pero no bajo condición de ilusión, sino de esperanza, es decir a sabiendas que las situaciones no serán en calidad de una perfección inexistente, sino en la posibilidad de que nos haremos el menor de los daños posibles, que seguramente deba ser el más asequible y altruista fin de todo gobierno y representación. 

El pueblo, la ciudadanía, cuando pretenda, hacerse con el poder, debe ir por definir el sentido de lo justo o de la justicia, antes que elegir diputados o gobernantes, el votante, sea a través del voto o como fuese, debe elegir su forma (con jueces o de otra manera) de cómo, los intereses y las prioridades, se definen en relación al colectivo del que es parte, al contrato que lo tiene sujeto y que en letra chica y diminuta, siempre suscribe la palabra última, en donde se establece, finalmente, quiénes o quién, determinara lo que corresponde o no, y en este último caso, las penalidades que le corresponderían a los infractores o victimarios, como sustrato de lo político o de la máxima expresión del poder.


Por Francisco Tomás González Cabañas.-

De la constitucionalidad de la constitución actual.

 La controversia de larga data, en el ámbito de la filosofía del derecho, entre Hans Kelsen y Rudolf Smend, acerca de la identificación plena entre estado y derecho, esgrimida por el primero, y la interacción o dinámica entre las mismas, que arguye el segundo, no sólo que dejaron de nutrirse en el campo académico, sino que la falta de discusión percude, cuando no socava la integralidad de nuestras repúblicas, que se pretenden asentar sobre la determinación normativa de elementos sólidos como intangibles que operan como la constitución o la constitucionalidad. 



Un plexo normativo, dispuesto en la cúspide de un ordenamiento no sólo legal, sino también simbólico, no puede escapar a las interpretaciones o exégesis que cada miembro o grupo interesado le dé, sobre un determinado tema sobre el que verse o mande. 


La ortodoxia positivista que puede exigir tal imposible, se da de bruces con el afán mismo, que algo se constituya como lo primero y de allí dimane lo demás. 


A diferencia de lo que sucede con las matemáticas, en el campo de la sociedad (que no es lo social únicamente) el orden de los factores, sí altera el producto. Lo vemos en los tiempos actuales, cuando se pretende instalar el falso dilema o la exagerada cuestión acerca de la validez humana o de lo humano ante el desarrollo de la inteligencia artificial. 


En el ejemplo, de tanta actualidad, no se puede eludir que es innegable no pretender arribar a conclusiones o resultados, rápidos y efectivos, mediante el procedimiento, del algoritmo, o lo que tiempo atrás se dió en llamar razón instrumental.


Lo expresa muy claramente Jove Villares, D. En su artículo "Smend y Kelsen, estado como integración y problemas actuales": "Mientras la concepción kelseniana caracteriza a la Constitución como norma jerárquicamente superior dentro de las que componen el ordenamiento jurídico y parámetro de validez de las inferiores. La postura de Smend diseña una Constitución que es fruto del proceso de integración y, a la vez, medio y vehículo para mantener a la comunidad integrada y unida. Lo que le lleva a afirmar que, si se viera a la Constitución solamente en cuanto que norma jurídica, ésta carecería de cualquier relevancia y significado, sería letra muerta (Anu Fac Der UDC, 2020, 24: Pág. 79).


La actualidad política argentina, en relación a la tensión que genera para los otros dos poderes del estado, uno de ellos no elegido democráticamente (es decir por las mayorías o el significante pueblo), del ejercicio del poder por parte del titular del ejecutivo nacional, quién interpreta y pone en escena pública el mandato del soberano, es clara y determinante en relación a lo constitucional: La constitución de Alberdi, o sus bases o ideas más preeminentes, a las que refirió y refiere, no están presentes en la Constitución Nacional actual. 


Seguramente el Presidente de la Nación, por su formación económica, por entender el orden de prioridades a las que consagrarse en un primer término, entienda que aún no es el momento, de lo que creemos, consideramos y razonamos, es de una necesidad extrema y fundamental, de reformar la Constitución Nacional, para que en términos de Smend la misma se "integre" a los anhelos políticos que la sociedad expresó mediante su herramienta principal que es el voto popular, y que tiene todo el derecho, o mejor dicho le corresponde, de ratificarlo o en su defecto rectificarlo por la misma y fundamental vía de legitimidad, que es ni más mi menos, que el primero de los eslabones en cualquier sistema político que se precie de democrático. 


En el mientras tanto, seguirán siendo contínuas las idas y venidas, de lo que se da en llamar, apócrifamente, de la constitucionalidad o inconstitucionalidad, en el ejercicio del poder de un Presidente y su relación con el resto de los poderes, condicionado, por el mandato soberano que anida en el devenir o acontecer de sus  decisiones institucionales. 


Los teóricos, comunicadores y público en general (incluso los adeptos a ideologías, militantes de partidos o simpatizantes) pueden realizar sendos aportes en este sentido, que necesariamente será la discusión que nos debemos y que necesitaremos dar en breve. 


Lo que sucedió y suceda hasta entonces, no será más que meros formalismos que no pueden ser resueltos por ningún otro poder, hasta que el delegado por el soberano, vuelva a ser convocado, en una convención constituyente para dar su veredicto acerca de qué palabras deben tener prioridad en el reordenamiento simbólico y real que se ha dado a nivel político y que debe ser ratificado o rectificado a nivel institucional y por tanto constitucional. 



Por Francisco Tomás González Cabañas. 


“Antes que otro ministerio, así sea de ciencia y tecnología, necesitamos repensar los desafíos de una sociedad que requiere de más reflexión que de producción en serie o alocada”.

Sí uno expresa cupo generacional (como el cupo femenino pero para menores de 40 años), voto compensatorio (redefinición del contrato social para que el voto del pobre o marginal valga de acuerdo a lo que le debe el estado), demarquía (convivencia con lo electoral representativo, por intermedio de la cámara de dipunadores,) índice democrático (dotar a la democracia de elementos cualitativos para quitarle su cosificiación o aportarle la condición suficiente, complementaria para que lo democrático no quede en lo meramente electoral) o el gabinete en las sombras ciudadano (al estilo Inglés, pero no que surja de la oposición partidocrática sino desde la ciudadanía) está hablando de uno de los fundadores de la escuela correntina de pensamiento, Francisco Tomás González Cabañas, quién a meses de que su provincia vivencie otra elección a gobernador más allá de que recién asuman las autoridades nacionales electas hace semanas, reflexiona acerca de la cuestión “corrientes”, afirma: “nuevamente le están tendiendo la trampa al peronismo correntino, como expresión opositora, haciéndole creer o instándolo a una unidad partidaria, previa o imposible, lo único que puede ordenar y dar una posibilidad opositora, es que el sistema electoral, es decir la segunda vuelta, ordene la todas las expresiones que se quieran presentar en las elecciones 2021, donde se elegirán nombres y apellidos, mucho más allá de partidos y frentes”.  
 “Siquiera para los que están en el pináculo del poder, esta sistematización de la industrialización, esta concepción del trabajo como multiplicador automático de cosas o elementos seriados, puede seguir teniendo continuidad, a ellos, debemos terminar de convencer para que como humanidad, volvamos a redistribuir o discutir las condiciones para un nuevo reparto, de lo contrario no tendremos más mundo que haga posible la humanidad tal como la entendemos y vivenciamos”. expresa categóricamente Francisco en la introducción de una entrevista que aborda las cuestiones democráticas y electorales de la actualidad occidental. 

¿Qué es la escuela Correntina de Pensamiento?

Un rizoma horizontal que absorbe en su condición de tal, una cantidad inconmensurable de nutrientes intelectuales que escapan de dictados verticales. Es un lugar, indeterminado en un momento dado, en donde abrevan, se acendran prioridades políticas y sociales, que tienden a redefinir, reconfigurar algunas cuestiones instituidas que no vienen funcionando muy bien. La escuela correntina, nace en un lugar llamado Corrientes, que no casualmente, permite en su acepción ser una perspectiva de cómo entender la vida. Algo así cómo lo del principio Ubuntu, “yo soy porque nosotros somos” o el zapatista de tener un mundo en donde quepan todos los mundos, en definitiva es una corriente de pensamiento que niega la preponderancia de una por sobre otras y afirma la necesidad de que existan todas las corrientes posibles y que convivan, consensualmente. Lo único, raro, extraño, azaroso o inexplicable, y que creo es la razón por la que empieza a generar cierta curiosidad es que esta corriente, nace, caprichosamente, en una ciudad llamada Corrientes.

¿El índice democrático que conformaron, que objetivo tiene?

Ponerle un número a lo democrático. Venimos estudiando, o mejor dicho palpando, cotidianamente, como todo se reduce a la abstracción del número. Redujimos nuestra existencia real, a la ficción del número. Somos un número de documento, de seguro social, lo que cobramos, percibimos, cuanto es lo que podemos tener en un banco o guardado, la nota escolar o académica, lo que producimos en el trabajo, el canal de comunicación o la plataforma para entretenernos para evitar lo incierto o indeterminado que no puede ser numerado o cuantificado. Todo llevaba un número. Lo democrático también, pero en lo electoral. No en su definición o en lo que puede ser más allá de la elección. Las últimas experiencias, casi bonapartistas de autoritarismos electorales en diferentes partes del mundo, en donde la democracia se reduce, peligrosa como cínicamente, al porcentaje obtenido por el ganador, al número de cantidad de votos, debe ser discutido, no sólo conceptualmente, sino también desde la misma atrocidad que propone que es cuantificar lo democrático.

Esto fue lo que hicimos, entrar en las reglas de juego por más que no estemos de acuerdo con ellas o prefiramos otras. El índice democrático que estamos presentando en Corrientes, es un cuestionario de 9 preguntas y una entrevista, para los miembros del poder ejecutivo y otras 9 diferentes y entrevistas para los integrantes del legislativo. Es un cuestionario cerrado, que no permite ambigüedades, arroja un resultado por el cual se conforma un ranking. Es algo parecido a lo que hace el medio Inglés “The economist”, a nivel internacional, la diferencia es que nosotros hacemos público el cuestionario, es decir las preguntas, no existirán secretos u ocultamientos acerca de los parámetros que se toman para tal evaluación. Todas las preguntas tienen que ver con demandas de una democracia más transparente, más participativa, mas inclusiva, menos apocada, o extendida en su significante para que no termine representando nada o culmine en un acabose democrático del que creo que nadie puede desear o ambicionar.

¿Es riesgoso para la misma democracia o para el sistema, analizarla, criticarla a los efectos de redefinirla?

Creemos precisamente lo contrario. Lo único que los ciudadanos del mundo, debemos, tenemos y estamos urgidos a hacer , independientemente de la aldea democrática en la que vivamos, es en discutir, analizar, debatir cómo repartir, administrar, lo logrado, lo conseguido, lo generado. Es decir, debemos convencer a los miembros del club de Bildelberg o a los hombres detrás del poder o del sistema, que esto tal como viene presentándose no tiene mayor margen de continuidad ni conveniencia para ellos mismos y para la vida de placeres y goce que podrían tener habiendo acumulado lo que tienen. No tenemos, como erróneamente se pensaba en convencer a los que no tienen, o están marginados, de que se subviertan, pateen la mesa y lo incendien todo. Esa marginalidad no puede estar libre de sus propias limitaciones, de su propia indignidad de la que son tanto victimas como victimarios. Claro que nos puede generar pena, lastima, conmiseración o vinculación responsable o solidaria, pero no podemos exigirles que se liberen si no tienen las condiciones o los recursos para pensar en tal ámbito de libertad. Los que tienen que ser convencidos, y lo están siendo, son los que toman las decisiones, quiénes están detrás del poder. El mundo no acepta, no tolera, no puede seguir siendo sustentable, sí las masas, desean producir, industrializarse o multiplicar los trabajos maquinales y autómatas que fueron los elementos simbólicos de los sistemas que funcionaban hasta no hace mucho tiempo atrás. No debemos producir más, de lo contrario nos quedaremos sin mundo. En tren de evitar males o padecimientos, en unos pocos años los mayores casos de mortalidad serán por bacterias que resisten a las medicinas producidas y vendidas indiscriminadamente. Lo mismo con los envenenamientos en la agroindustria, tanto multiplicar el rinde, el resultante, terminamos multiplicando enfermedades terribles y malformaciones. Lo único que no puede ser multiplicado es el mundo en general, nuestro marco o zona de confort, del que estamos dejando retazos. Antes que sea demasiado tarde, debemos detenernos, repensar las formas de trabajo, de ingresos, y la única línea seria y lógica es que quiénes están detrás del poder se terminen de convencer que la administración, que el reparto, debe ser otro. A eso debemos apuntar los ciudadanos con libertad de pensamiento, a instar al reparto, a la redistribución de las riquezas generadas, no a seguir produciendo o industrializando riqueza ya que ello es imposible y criminal.


¿Tienen relación, vinculación, estas corrientes, redefinitorias de lo democrático, con los procesos políticos novedosos que vienen sucediendo de la primavera árabe a esta parte y la reciente explosión del barrio latioamericano?

Desde ya. Opera una lógica distinta a la usual, a la que venimos acostumbrados a escuchar. Es decir, no se tratan de órdenes que se cumplen o ejecutan. Volvemos al comienzo, como en todo, como en una cinta de moebius, pero desde otro lugar. Es un proceso rizomático, horizontal, son movimientos que no se perciben unidireccionalmente. Estas líneas incluso operan en tal sentido, con el significante del to apeiron griego, de lo indeterminado, de la botella en el mar, que será tomada por un navegante, en este caso de las redes, que lo tomara, lo reconvertirá, lo replicare desde esa nueva identidad que cobrara en sus manos para luego volver a reconvertirse hasta que entendamos que nunca estamos más humanizados cuando nos despojamos de todo tipo de pretensión totalitaria de pretender tenerlo todo bajo control, a sabiendas de someter a otros, para tal fin, tan ajeno y distante de la experiencia humana.
¿Quién ganará  las elecciones en su Provincia, Corrientes en 2021?
Eso es lo de menos, lo importante es que el ganador comprenda que lo será producto de una sociedad que necesita imperiosamente que se redistribuya con lo que se cuenta, que esos famosos cantos de sirena de mayor trabajo o industrialización no son más que engaños de un sistema que trasciende un humilde gobierno provincial de un país emergente. Es decir, que el próximo gobernador entienda que va lograr mucho más, en todos los sentidos sí en vez de procurar instalar una pastera o hacer cuarenta puentes nuevos, introduce el futbol como materia educativa, de forma tal que en los próximos años al menos cien chichos correntinos puedan vivir más que bien ellos y su familia, trabajando o jugando al futbol en las ligas Asiáticas por ejemplo. En vez de o mejor dicho, a la par de cualquier otro sistema de la razón instrumental que nos traerá muy pocas ganancias y menos sustentabilidad, que construya escuela de creativos, de youtubers, de influencers de tipos que le vendan al mundo sus conceptos, sus razones, sus formas de ver la vida, no productos ni multiplicación de los mismos dado que en un mundo cada vez menos apto para la automatización en serie, el trabajo va dejando de ser industrial tal como lo conocemos. En Europa ya se está discutiendo, es más hasta votando (Suiza) para que la gente no trabaja en la forma tradicional, dado que sí lo seguimos haciendo no conoceremos a nuestros nietos (proyecto de renta básica universal). Tal como expresaba Lacan, gobernar es un imposible porque se trata de hacer desear, el próximo gobernador de Corrientes debe rodearse de quiénes comprendan estos nuevos anclajes en donde la humanidad actual encuentra sus desafíos más recientes, como cruciales para que la correntinidad desee reencontrarse con sus valores, con sus manifestaciones más fidedignas más auténticas que estén alejadas de estos aspectos secundarios y nocivos que nos han instalado de una mera y huera acumulación por la acumulación, que deviene en una cosificación numérica de lo humano. Construir este nuevo hacer desear colectivo es el desafío por antonomasia del próximo gobernador correntino como de la clase dirigente y de la ciudadanía misma.
Luego de 20 años de gobierno oficialista en la provincia, y con el gobierno nacional, nuevamente peronista, ¿tendrá alguna chance, precisamente la oposición peronista en Corrientes, de romper el maleficio de medio siglo y llegar al poder?
La primera de las trampas ya está tendida. Le quieren hacer seguir creyendo sobre todo a los peronistas opositores, que ganarán alguna vez, en Corrientes, una elección, con la perversidad de andar recorriendo los barrios, para exclamar ¡que barbaridad! Ante los piojos de los gurises y el agua servida dentro de las casas, de nada sirve el avistaje de pobres, de andar recorriendo los barrios, sino se brindan soluciones concretas y específicas y esto no se logra sin la botonera del poder. Tampoco se puede, dado que ya se hizo con los resultados conocidos, andar haciendo una disputa de aparatos, del nacional contra el provincial, más que nada porque sabemos que la ventaja de este último es que condiciona al poder judicial, entonces allí tenemos un problema que se debe resolver con inteligencia, es decir entendiendo la batalla electoral, no como una carrera para andar mirando como los pobre se cagan de hambre, sino como una partida de ajedrez.
Lamentablemente, esto explica los resultados, es decir décadas de gobiernos bajo la tutela de Ricardo, no son muchos los ajedrecistas, yo diría ninguno, y los que queremos emerger o nos sentamos a dar las partidas, somos precisamente, atacados, furibundamente porquienes se nos dicen compañeros, pero esto terminará en 2021 en la medida que entendamos, sobre todo desde el gobierno nacional, que todos los que querramos construir un proyecto de poder político, sea por el sello que fuere, debemos ir con un solo acuerdo que determine que los que nos consideremos opositores al modelo de hambre, en caso de no ser los más votados en el espacio opositor, apoyaremos al que lo sea, es decir al segundo, y no mucho más, independientemente del nombre y apellido que sea y por supuesto del partido, que viene siendo y cada vez más, lo de menos, es decir una mera formalidad. En 2021, los pocos ciudadanos libres con los que cuenta esta provincia, tendrán que elegir entre nomás de 5 nombres y no será tan díficil, para el resto, como lo es siempre, prevalecerá los recursos que se consigan, es decir la financiación de la campaña, para alquilar las voluntades o inducirlos a que voten por uno o por otro, esta es la provincia que tenemos y que venimos construyendo, sino aceptamos esto mismo, seguiremos sin poder mejorarla un ápice, al contrario, la continuaremos empeorando y sólo saltamos a quejarnos de la misma, cuando nos toca de cerca, sería bueno que no desaprovechemos el próximo turno electoral y que como dice el dicho, nos juguemos por creer en mentiras nuevas, o en actores que demuestren que al menos se han preparado para el juego de lo democrático, y que no son meros oportunistas que van donde sopla el viento, o delfines tutelados que hablan de acuerdo a discursos que algún asesor pagado por el erario público le baja de algún buscador. 

No servimos para nada o del discurso de la utilidad y el servilismo.


No debe haber oportunidad en la que no haya escuchado, casi en todo inquisitorio, sí lo que está usted haciendo o dejando de hacer, sirve efectiva como fehacientemente para algo o alguien. El totalitarismo de esta concepción de las cosas, alcanza grados irónicos, o los pretende, suavizándose bajo tal barniz de la humorada, para descansar en frases harto repetidas como “agarra una pala o ponete a laburar”, cómo si, precisamente ese hacer algo que demanda, la sociedad de consumo, no sólo que tenga que ser tal, es decir incuestionable, sino además, casi exclusivamente, construida bajo el categorial de un supuesto trabajo sacrificial que demande un enajenamiento suyo, para que finalmente le corresponda algo por tal entrega a título de ofrenda.

Los países, sin embargo, que demuestran, salir del molde, es decir de las crisis de hambre, ajuste y falta de inclusión, son las que apuestan, precisamente a las aventuras de lo más auténtico, como esencial de lo humano, sus vetas intelectuales, sensoriales, artísticas y que promueven las ideas fuerzas creativas que más luego, se exportan, con éxito en las sociedades condenadas, a esos trabajos forzados que tienen  a sus ciudadanos bajo trato esclavo, labrando tierras o haciéndoles cumplir horario, para confirmar lo innecesario de pretender acotar el tiempo a una escala de reloj.
No debe ser casual, que las comunidades tanto con índices económicos como sociales y con escenografías urbanísticas más desarrolladas y modernas, le ofrezcan a sus integrantes, formas más amenas o relacionadas con lo más auténtico del ser humano, para ganarse la vida, que en los otros sitios, en donde la pobreza y la marginalidad, golpea tanto al que no tiene como al que tiene. Abundan, no solo los trabajos informales o sin ningún tipo de garantías sustentables de lo jurídico, para los que viven en comarcas medievales en donde hablar de capitalismo no sólo que es ilusorio, sino conjeturalmente impreciso y escasean, las posibilidades de ofrecer maneras de conseguir el reconocimiento social, por intermedio de la expresividad, del pensamiento o de la proyección, más allá de lo establecido. En sentido contrario, en las aldeas, en donde la declaración de los derechos humanos, de siglos atrás, se aplica un poco más ajustadamente, aquel trabajo, pasa a ser una suerte de arcaísmo refractario, dejando a sus masas de proletarios en las instancias de la reproducción en serie de los bienes en serie (valga la redundancia), quedando, como desde la época de su descubrimiento, la discusión en la plusvalía.
Que las clases dirigentes de ciertas comunidades, se pongan a la vanguardia de las necesidades que están al porvenir, determinará la suerte que corran tales sitios en el futuro inmediato. El diagnóstico es unánime, todos reconocen que nadie sabe cuáles serán los trabajos más rentados o precisados dentro de un par de lustros por delante.
Un primer paso, podría ser este, es decir, cambiar la perspectiva de creer que tendríamos que tener certezas unívocas en relación a lo humano.
Que no sirvamos para nada, para nada de lo que precisa un sistema de no inclusión y de desigualdad, debiera ser no sólo una posición, sino una obligación. El tener hombres y mujeres que se puedan encumbrar en posiciones de pensamiento y de reflexión, debiera ser un derecho que tengamos los ciudadanos para que desde tal atalaya, nos iluminen con tales pliegues de la razón y la sensación de lo humano, que a los gritos pide, dejar de servir, y sentir a flor de piel, algo más que las culpas y los azotes del látigo y las exigencias que a lo único que nos han conducido es al presente averno en donde somos cada  vez menos humanos, cuando más obcecamos ante esos supuestos trabajos que nos denigran en grado inversamente proporcional al que nos dedicamos.
                                                                                                                       



Comunicamos mal.



La prueba contundente de lo que afirmamos, es que en los tres poderes del estado, constituidos, como instituidos, se prescinde del concepto de comunicación que no solamente tiene relación con prescindir de servicios comunicacionales que le podría prestar un profesional o quién oficie de comunicador, para dejar tal tarea en manos de amigos, familiares o entenados, cuando no, ellos mismos, en modo selfie, emitiendo el certificado de defunción a la ya nefasta y fascista “gacetilla de prensa” para dar nacimiento a esta epocalidad de imágenes casi automatizadas de móviles inteligentes que capturan instantes vanos e intrascendentes y al ser replicados se transforman, en el sinsentido de la inteligencia artificial, en una noticia digna de ser avalada, compartida y vuelta a replicar.
Corregimos. En el poder judicial, es donde se observa más cabalmente lo que afirmamos. No se trata de intenciones o de moralidad. Es decir, los representantes de los poderes constituidos,  e instituidos (performativamente, bajo la excusa o la razón que lo otro es la ley de la fuerza), no es que dejan en las manos de familiares y amigos, la comunicación de los actos públicos, por una superchería de aprovecharse de la ausencia de normas que establezcan el reparto de la pauta publicitaria oficial (y en el caso de que existiera la misma, su aplicación taxativa o la aprobación que necesitarían los miles de proyectos en tal sentido) y por ende el establecimiento de un estado de derecho, donde se respete la libertad de expresión, y de tal manera, no pagan, como lo deberían hacer por comunicar, sino que bastarden a la comunicación misma, casi sin querer, como a sus familiares y amigos (creyendo que los están ayudando los someten a tareas para las cuáles no están ni siquiera con ganas de llevarlas a cabo), u ocupándose ellos mismos, cuál adolescentes viven prendidos, en las sesiones o espacios institucionales de los teléfonos móviles haciéndose autobombo o autopromoción, en una clara exaltación de lo yoico a niveles de turbación manifiesta.
El poder judicial, aún mantiene (pese a encuentros, foros y discusiones, saludables, pero que no logran aún lograr el pasaje al acto) el paradigma de que los jueces hablan por sus fallos o sentencias. Esta definición, tal vez roce aquello de su constitución, es decir cabría la posibilidad de que se constituya una suerte de foro ciudadano, o que en las aldeas en que no se dispuso, la integración de observadores o tribunales populares, en cualquier caso, que la modificación del paradigma, signifique la repercusión palmaria de que el servicio de justicia, retorna a sus fuentes, en ese viejo principio, cuando la justicia no se decía ni se pretendía “independiente” pero se forzada a dar a cada uno lo suyo.
Deberíamos atestar los posibles talleres, foros, encuentros, tertulias, congresos, para dotar a todos y cada uno de los integrantes del poder judicial, no sólo a suplir tal paradigma, sino a constituir uno que tenga que ver no tanto con las formas (es decir con el modo selfie o compartir de la red social que fuere) sino con el concepto de lo que se tiene que transmitir en este caso, en el judicial, que es de los tres, el poder menos visible, en su conformación como en su acción para el ciudadano común, incluyendo como expresamos la naturaleza de su supuesta independencia.
En el legislativo, como en el ejecutivo, como expresábamos la batalla está perdida. Sí lo pusiésemos en términos futbolísticos, estamos en el minuto 80 de juego, a 10 del final, perdiendo 3 a 0, con 1 hombre menos.
Basta con asistir a cualquier sesión plenaria, del cuerpo parlamentario que fuese en el vasto horizonte que nos otorgan nuestras aldeas democráticas, para dar cuenta que, hasta que no se expida una resolución que prohíba el uso de aparatos con el nefasto nombre de inteligentes, nos llevaremos la triste imagen de parlamentarios que parecen estar en una discoteca replicando imágenes sin sentido y por doquier. Así lo atestiguan sus diversas y distintas cuentas, que sólo parecen copias, de copias, de tantas imágenes, que ya ni se ven, dado que no se distinguen en ese mar latoso, de ego, que proponen y con el cuál invaden.
Tal vez estéticamente, la imagen no sea tan fuerte, pero normativa como conceptualmente, lo que sucede entre el poder ejecutivo y la comunicación es aún más siniestro.
No sólo que en contadas administraciones existe una norma que distribuya la pauta publicitaria oficial (dándole sentido al principio de la obligatoriedad de que los actos de gobierno sean públicos y por ende de considerar a la comunicación como pública) sino que en este poder del estado, sigue primando la absolutista, como fascista consideración de que lo comunicable, solo se puede generar, desde la gacetilla de prensa.
Quiénes creemos estar comunicando, tendríamos que tener la obligación moral, de replantearos que significa comunicar y sí es dable hacerlo en un sistema que propone, como en otros ámbitos que la comunicación, sea replicación o sistematización de capturas de imágenes intrascendentes, que volcadas a un dispositivo, se terminan transformando en noticia o en algo destacado.
Quiénes nos resistimos a ser replicadores, copiadores y pegadores, y por tanto, nos forzamos a ponernos en autocríticos, rever nuestras posiciones, salirnos de nuestras zonas de confort, además de todo esto, tendremos seguramente, el acoso, el señalamiento, como la indiferencia de quiénes creen estar ganando algo (como sí de ganar se tratara, en tal lógica en donde quiere hacer prevalecer el mercado, que sí compraste más barato y  vendes más caro le das sentido a tu vida) a expensas de destrozar la comunicación.
Una herida de muerte, en la que lacerados, caen en su mortal dolor, los que victimarios, en verdad son víctimas de las herramientas que se aprovechan de su inhumanidad. No pueden, han vendido esa posibilidad de preguntarles al de a lado, que le está pasando, pero sacan una foto, a un pasto crecido y obtienen más de 100 me gusta por tal engaño de esa inteligencia artificial, que de a poco les va sacando la posibilidad de volver a encontrar el alma y el espíritu, con el que fueron ungidos como seres humanos.
 






De lo imaginario a lo simbólico, a cincuenta años del mayo francés.


“Pero el lenguaje del 68, antes que en boletines, papeles y manifiestos, se expresó en los muros de París. Para que las palabras no se las llevara el viento. Aquellos eslóganes del Barrio Latino dieron la vuelta al mundo” (Sánchez Prieto, J. “La historia imposible del mayo francés”).  Uno de ellos, rezaba “La imaginación al poder”. No es casual el haber escogido la acepción “rezaba”, el mayo francés se resolvió en lo inmediato (milagrosamente), tras el remedio de lo electoral (elecciones anticipadas) y más luego perpetuó, dogmática y por ende, religiosamente , el ejercicio repetitivo de la votación, ya connotado de lo democrático, liberador y anti opresivo se entronizó en el orden simbólico, en el orden de la ley, consagrada, sacralizada, normativizada e incuestionable, de aquella frase, a la presente, que define a la política en occidente: “El poder es (permite la) imaginación”.   
A nadie que pertenezca al campo de las ciencias sociales, o de cualquier otra área de diversas ciencias o en verdad del campo que fuese se le puede escapar la percepción, la intuición o el dato real que la democracia no pertenece al orden de lo real.
La democracia no traduce aquello que promete en su definición o etimología. La democracia no gobierna para ese pueblo, del que declama y que legal, como a veces legítimamente, representa. La democracia no ha logrado, casi en ninguna de las aldeas en que señoree, no ya mejorar, sino al menos no empeorar los índices sociales que recibiera por parte de los regímenes más antihumanos como execrables que antes de ella han gobernado ipso facto. No estamos expresando, todavía se precisa de este tipo de aclaraciones, que con esto prefiramos el horror del que salimos, tampoco por ello, debemos censurar la cuestión o la crítica que tenemos derecho a hacer de lo democrático, sino por sobre todo, ocluir o reprimir el deseo natural de vivir mejor, o al menos de que no tanta gente, tenga problemas de hambre cotidiano, democracia mediante.
Así como la revolución francesa, reaccionó al absolutismo del “Estado soy yo (Luis XIV)”, el mayo francés fue una reacción al orden  de lo político-público y su devoción por la hiperrealidad. De no haber sido de esta manera, las masas ingentes, hubieran tomado el poder, pero por el contrario, desecharon que el poder residiera en un lugar (en la territorialidad de las casas de gobierno, como sería costumbre para las fuerzas armadas al creer que tomaban algo con los derrocamientos que generarían nuevamente el horror, y el presidio, del plano de lo real, en su expresión más horrífica) y corrieron el plano o el orden.
“La imaginación al poder” es la frase que palmariamente refleja lo que sucedió y por lo que iban. A diferencia de la actualidad, en donde los consultores, arman las frases o los eslóganes, para luego hacer que sus clientes se acomoden a los mismos, o actúen en consecuencia, el plano que devino de aquel jolgorio de lo imaginativo, es el presente simbólico y rotundo de la ley democrática que no resuelve, ni defina nada, pero que la debemos cumplir, a rajatabla, a como dé lugar.
En una de las tantas, como actuales, revueltas, marchas o concentraciones, en que se manifiesta la sociedad civil, sea por los derechos de los perros a defecar en los transportes públicos o por la equidad de derechos en los distintos géneros, en los que se subdivide la humanidad, nadie o muy pocos cuestionan el orden, el campo simbólico en el que nos arrojó la imaginación de los que prevalecieron en el mayo francés.
Una bandera, tal como las paredes inscriptas del barrio latino en París, rogaba (en vez de rezaba) “no somos los hijos de la democracia, somos los padres de la nueva revolución”. Tal vez este sea el sendero, el comprender que no importa el lugar (la noción de la territorialidad como de la existencia tangible de las cosas pasó a ser un viejo recuerdo en tiempos de virtualidad), tampoco el tiempo (el que aducimos que nos falta para comprender al otro, y por el que nos comunicamos mediante caritas que son casi algoritmos de comportamientos estudiados por inteligencia artificial) y por ende nuestras acciones que hagamos o dejemos de hacer, sino lo que importara en el nuevo registro, para salir de lo simbólico, sea el testimonio, la palabra dada, sostenida por la convicción o la duda, pero que no ceje en dar cuenta de lo que se piensa, sienta o intuye.
La propuesta, la invitación, es a que obremos tal como si nos gobernáramos cada uno por las nuestras, lejos de cualquier pretensión anárquica, que pugne por lo agonal o por aspiraciones románticas que se rocen con lo quijotesco o lunático. Se sabrá de nuestras buenas intenciones, por lo que ofrezcamos a eso público, en lo que estaremos interviniendo, es decir haciendo política, a nuestro modo, a nuestra manera, más allá de como la cataloguen a nuestras acciones los académicos de la politología, presos de sus bucólicas publicaciones que persiguen siempre el interés del redito material o espiritual de quedar bien con el superior en cuestión o con el par.
Por supuesto que en la plaza pública (en sentido metafórico) los distintos accionares, chocarán, más allá de que muchos se complementen, pero tal choque, no necesariamente, debe o tiene que ser trágico o negativo. En tales confrontaciones, prevalecerá la ley (la habremos sacado al manifestarse, al traducirse, de su orden simbólico) y en el caso de que no prevalezca, se necesitará de que el nuevo orden, o campo en el que nos estemos desempeñando, lo real, se tenga como necesidad primordial el que nos entendamos, nos comprendamos, consensualmente, por mayorías o minorías, por sorteo, por compensación o por las múltiples formas que podemos encontrar como para organizarnos humanamente.
Para volver a soñar, es decir para apreciar la vigilia, y diferenciarla de las pesadillas, el haber despertado, nos impele a que nos preguntemos ¿Qué es lo que vamos a querer hacer? O que sencillamente que nos preguntemos, las respuestas vendrán después, siquiera la necesitamos, que no nos subviertan el orden de nuestra naturaleza humana, los resultados, como los números son producto de la imaginación, que luego se puede reconvertir en orden simbólico o legal, la realidad o lo real, es otra cosa, vayamos por ella, por la calamidad de ese niño o niña que le cuesta comer y que sacrificialmente sostiene las fantasías políticas y de poder con las cuales jugamos a la sociedad de la ley, democrática, de las libertades.





Del Defensor del Pueblo al Auditor Democrático con Competencia Electoral: Proyecto para que el órgano electoral nacional funcione desde la arquitectura jurídica de la defensoría del pueblo.

Traslado del Poder Ejecutivo al ámbito autónomo, con origen en el legislativo de la institucionalidad electoral. Economía jurídica y real, para precisar la competencia, especificar la “defensa del pueblo”, dotando a la misma entidad creada a tal efecto de la competencia electoral, a fin de que la principal acción resulte en la defensa del voto o sufragio emitido por el ciudadano, para que no lo haga ni condicionado, ni presionado o forzosamente impelido y para que  al realizar el acto del voto, el mismo no sea birlado, cambiado, no contado ni sumado, en ninguna instancia ni provisoria ni definitiva.
El proyecto contempla que desde el andamiaje jurídico-real de la Defensoría del Pueblo de la Nación (Ley N° 24.284) no sólo se defina su funcionalidad específica (desde su nacimiento normativo como en las distintas partes del mundo en donde se implementa se encuentra una dificultad para expresar en forma taxativa y fehaciente ante qué y cómo defiende una institucionalidad a los ciudadanos de los posibles excesos que cometan las institucionalidades hacia ellos) sino que además aprovechando la misma, se traslade la competencia existente en la actualidad en la órbita de la Dirección Nacional Electoral, dentro del Ministerio del Interior del Poder Ejecutivo Nacional.
Toda lo atinente a lo electoral, de esta manera, tendrá su funcionalidad, con origen en el poder legislativo, pero de funcionamiento autónomo, dotando además al mismo de la posibilidad de hacer docencia democrática, dado que también se trasladaría el Instituto Nacional de Capacitación política que pasaría a ser un Instituto para el fortalecimiento democrático.
Tal como en Ecuador, como  México o distintos países del mundo, el órgano electoral esta disociado, expresa y explícitamente del poder Ejecutivo, que siempre en lo electoral pone en juego o su continuidad o sus intereses políticos, claros y manifiestos, atentando de hecho y palmariamente con la, al menos, sensación de asepsia que se debería garantizar para el ejercicio del voto de la ciudadanía. No sólo en las últimas elecciones nacionales se demostraron los problemas tanto conceptuales como reales que posee el actual sistema imperante, sino que sistemáticamente, desde el recupero de la democracia, la cuestión electoral, ha sido una tarea pendiente a nivel institucional como normativo.
A los efectos no sólo de corregir también o mejor dicho de precisar la institucionalidad del Defensor del Pueblo, sino a los efectos de que este traslado que se propone de dos órganos del ejecutivo, no se transformen en la posibilidad de la creación de una entidad elefantiásica que genere mayor gasto, agio burocrático y devaneos interminables, es que se propone la refuncionalización, reacondicionamiento, normativo, para su posterior consecución en la realidad de que la cuestión electoral garantice la expresión democrática de la ciudadanía en su conjunto y que una vez o que cada vez que esta decida todos podamos conocer, sin tinte de sospecha alguna, como ha resultado tal jornada electoral que es ni más ni menos que el símbolo de nuestra vida democrática.
A continuación unas breves líneas de argumentación, quedando a entera disposición de instituciones como autoridades que requieran el proyecto en su integridad para poder darle el mayor curso posible.
El Presidente del Instituto Latinoamericano del Ombudsman (ILO) el Dr. Carlos Constela, en su apreciable obra “Teoría y Práctica del Defensor del Pueblo” (Editorial Zavalía), inicia el texto en la búsqueda histórica del surgimiento de la figura en cuestión, llegando no a su primer momento simbólico, sino a su naturaleza jurídica y filosófica (es apasionante el discurrir planteado por el doctor que lo develan como un conocedor de los mundos jurídicos, históricos como filosóficos)  que la define con claridad meridiana como la sustentación del defensor del pueblo en el “poder negativo” , cita “Sólo por virtud del llamado poder negativo se puede afirmar que la del defensor del pueblo es una magistratura para defender al pueblo y limitar los excesos diferenciales del poder en la defensa de la democracia (pág 69.)”, haremos un alto en este punto, no para confrontar teóricamente con el Presidente del Instituto, ni mucho menos, sino para simplemente dar nuestra perspectiva.
En el historicismo que pretende la obra mencionada, el autor reconoce la imposibilidad de detectar el momento cero o iniciático de la defensoría (“Haciendo la historia del ombudsman dice un catedrático belga, que cuando se intenta rastrear sobre los antecedentes de esta institución debe indagarse en el amplio campo de la evolución de las estructuras legales de la sociedad” pág 12, ibídem)  resulta extraño incluso, sí se analiza toda la obra, que en este pasaje el autor sólo señale la cita sin brindar nombre y apellido del citado, mencionando sólo su nacionalidad, dado que en todo su compendio son cientos los  autores a los que recurre, y claramente expone en el mismo  independientemente de esto, y acudiendo a otros análisis acerca de la razón de ser y por ende la historia de la figura del defensor del pueblo, el consenso continúa acerca de su difuso origen, pero estos últimos analistas  o teóricos agregan que provendría de la cultura nórdica o escandinava.
Aquí es donde los teóricos que respaldan la posición “latinoamericanista” con el instituto que preside Constela a la vanguardia, dividen aguas entre “el defensor del pueblo” y el ombudsman, veamos “Hemos sostenido desde hace tiempo la naturaleza tribunicia del Defensor del Pueblo por oposición a la idea que lo identifica como un comisionado parlamentario. Del mismo modo afirmamos que sus orígenes están en el Tribuno de la Plebe de la antigua Roma antes que en el Ombudsman escandinavo. (Constenla 2008: 27-40; 2010: 308-317; 2011: 42-50; 2012: 328-331) El mismo autor propone otro libro determinando este origen histórico y con gran didáctica, diferenciando el defensor del pueblo latinoamericano del ombudsman escandinavo o europeo.
Sin embargo, y aquí esta nuestro aporte o perspectiva teórica, en lo que no repara Constenla, es que el origen europeo de esta figura (lo expresa el mismo autor en su obra, anteriormente citada,  de Teoría y Práctica del Defensor del Pueblo; “En la historia de España existe una singular institución a la que se apela como antecedente histórico, se trata del justicia mayor de Aragón, gestado en el siglo XIII como mediador y moderador en las pugnas entre el rey la nobleza” pág. 186) que se observa claramente también en la historia de la corona británica (la recordada y taquillera película “Corazón Valiente” inspirada en la vida del Escocés William Wallace, quién ejerce una representación natural del pueblo, del suyo, es decir del más cercano en un inicio, ante abusos normativos concretos, el derecho de pernada por ejemplo, y ante la pasividad o la complicidad de quién debía velar por los mismos, la propia nobleza escocesa, es una cabal muestra de lo que arriba se menciona en forma teórica) y en definitiva de la razón de ser del instituto del ombudsman en toda Europa, por más que pueda diferenciarse en su naturaleza histórica o en los principios metodológicos, resguarda o guarda, la misma finalidad o teleología que la del defensor del pueblo latinoamericano.
En este punto, presentamos nuestra disrupción, a diferencia de la historia Europea, a nivel normativo, mucho más ordenada y con su propia razón de ser, y a diferencia de la nuestra, que muchas veces, sólo ha sido una burda imitación o copia teórica de lo que ocurría, Atlántico mediante, deberíamos aprovechar la institución del defensor del pueblo, no sólo para sacarlo de esa “negatividad” jurídica que debe a su supuesta razón de ser (Eurocéntrica en verdad) , sino también no introducirle a la comunidad una posición a la defensiva (no entraremos en aspectos psicológicos y lo pernicioso o poco productivo o placentero de una posición tal) es decir que sienta la necesidad de estar defendida de sus propias instituciones creadas, paradojalmente, para hacerles más feliz o más sencilla su existencia, por tanto, consideramos necesario, sin cambiar una coma, desde el punto de vista jurídico o procedimental, sino con la designación de hombres que entiendan o proyecten una idea filosófica y no sólo se planteen ocupar un lugar por el rol en sí mismo o por el sueldo, que se le puede agregar en el espíritu de la defensoría del pueblo un rol que tenga más que ver con una función explicativa, con una posición pedagógica.
Pese a los años democráticos transcurridos, aún nos asombramos de como ciertas situaciones parecen poner en vilo a nuestra institucionalidad (Desde una inundación, hasta una ley electoral confusa y anquilosada) no por casualidad, quiénes nos dedicamos a los aspectos teóricos, sin desentendernos de lo práctico, en este caso, el de esta pluma, que intitulo su último ensayo de filosofía política “La democracia incierta”, creemos indispensable el hacer pedagogía democrática, sobre todo en las esferas o capaz más marginadas por la miseria y la pobreza estructural que asola y azota desde hace tiempo nuestra región.
Para ponerlo en términos prácticos se podría aprovechar el rol aún no acendrado del defensor del pueblo para que más que un defensor, o además de un defensor, sea un auditor democrático, un explicador popular de lo que es la democracia, sus usos y funciones. Resolviendo de esta manera una de nuestras deudas, arquitectónicamente conceptuales más colosales, la de tener un organismo de lo electoral por fuera del Poder Ejecutivo, con base en el legislativo, pero con autonomía, reservándose además la promoción o el auspicio de otras prácticas democráticas, además del voto, mediante el Instituto para el fortalecimiento democrático.
Tener un defensor y a su vez un difundidor, o un auditor democrático, sería mucho más útil y tendría más que ver con nuestra propia historia, que lo que  se pudo haber copiado de Europa, esta posibilidad, concreta y puntual, como tantos aspectos centrales de nuestra vida democrática, a la que debemos honrar en sus actos más sagrados, como lo es la posibilidad de emitir un sufragio y que el mismo sea contado y/o sumado, tal como fue emitido o sufragado en tiempos y en los procesos o métodos más, democráticamente adecuados.