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El poder es para pocos, entre la candidatura de Trump y un legítimo rodeo.

Uno de los legados más preciados de los griegos, de los tantos que la humanidad le debe, es sin duda la instauración de lo que se da en llamar gobierno del pueblo (recordemos que en Grecia existía la esclavitud y no todos los habitantes eran ciudadanos), patraña efectista que perdura, extrañamente en los tiempos actuales, de vacío de ideas, de proyectos y de crisis constantes de legitimidad representativa. Tiempos crispados, o mediatizados, en donde es considerado antidemocrático el luchar por la democracia, desde afuera de los castillos de representatividad, rodearlos, en forma natural, como amenazante para lo legítimo de lo representativo, como quiénes pueden representar las partes más oscuras y hasta violentas y agresivas de todo un colectivo social que se manifieste en una candidatura determinada en un país occidental.

Sostener durante siglos que el pueblo gobierna a través de representantes consagrados por voto popular, debe ser una de los engaños mejor construido por las clases dominantes, para tener a gusto y placer el manejo de la cosa pública y del coso del público.
Huelga destacar sin embargo, que nada mejor le ha ocurrido a esta humanidad, a nivel político, que lo que se conoce como democracia, de todas maneras, ello no implica que esta sea perfecta o pasible de críticas que la pongan frente al espejo de su realidad.
Hace veinte años, era aceptable que nos dijeran que antes que la dictadura, esta democracia era más que una fiesta cívica, o el paso previo a lo perfecto. Sin embargo, se acumulan décadas, en donde esta incertidumbre democrática, se pretende sostener bajo pretensiones académicas como “democracia inacaba” u otros eufemismos que intentan que las próximas generaciones, es decir dentro de algunos lustros y sin que ya le podamos decir a ellos que lo democrático es lo mejor, ante la dictadura (que será una cuestión historicista en tal momento) puedan llevarse puesta, esta simulación de elegir, cuando en verdad, es un pérfido sistema enquistado por los intereses de una minoría que nos impele a optar entre los que ellos deciden que tenemos que, y aquí cambian el concepto, “elegir”, de acuerdo a lo que establece lo que entiende como “la democracia”.

El problema es que los que están afuera cada vez creen menos en esto, más cuenta se dan, de que son víctimas de una jugarreta, sostenida en el horror que fueron los años en los que no había democracia, pero ya son tres las  generaciones que nacen y se desarrollan en el juego de esta falacia representativa, y la clase dirigente, o la gran mayoría de ella, sólo se preocupa en gozar del placer orgiástico, de que esas listas conformadas por la arbitrariedad de unos pocos en el poder, se pongan en los cuartos oscuros, y que por obligación se convoque a la ciudadanía a optar entre los elegidos por los que tienen el poder, que no varían o muy poco, tanto estos como aquellos.
Algún día, esperemos, deseamos y trabajamos para evitarlo, se darán cuenta, llegará alguien, apoyado por cientos o miles (los números ya lo tienen, darse cuenta se dan cada vez más, sólo les resta organizarse y actuar) y echará a un parlamentario, formalmente representante de ese pueblo que se lo demanda, desde su propio lugar de trabajo, tendrá a esos miles que apoyarán la gesta, a contrario del echado quién sólo tendrá o tiene el apoyo de quién lo puso, sí este tipo de acciones se repiten el mismo día en el mismo lugar, en al menos 50 instituciones representativas, esa fantasía o pesadilla traerá un millón de situaciones inimaginables, posiblemente fatídicas o fraticidas, pero será una consecuencia casi natural de lo que venimos planteando desde hace tiempo, la crisis de representatividad se va agravando, elección a elección y nuestros políticos lo mejor que pueden hacer es tomar cartas en el asunto, detenerse en el clímax orgiástico  que piensan, sienten y desean eterno, este sistema violado, ultrajado y vejado, ya parió la criatura producto del oprobio, se debe trabajar en consecuencia de lo contrario los tiempos de placer y goce pueden estar contados, para todos y todas.
Narra el cuento infantil, “El Flautista de Hamelín” que en tal lugar, ocurrió una invasión de ratas, tan alarmante y masiva que hasta los felinos huían despavoridos, ante tal circunstancia, los hombres notables del pueblo se reunieron y ofrecieron cien monedas de oro, para quién pudiera librar a la comarca de la plaga. Un flautista se presentó y aseguró que se encargaría del asunto. Haciendo sonar su instrumento, melódica y dulcemente, las ratas salían al encuentro de la música siguiendo al flautista. Este al recorrer todos los espacios del pueblo, se dirigió a un río lejano, y llevó a todas las ratas a la muerte por ahogo.
Solucionado el problema, el flautista fue en busca de su pago o recompensa. Los hombres notables, rieron con soberbia y adustez, no dieron las cien monedas de oro prometidas a quién simplemente tocó la flauta, según las palabras de estos.
El engañado, saco su instrumento y mediante otra melodía, hizo que todos los niños de la comarca salieran a su encuentro, en tal momento, los llevó para siempre muy lejos de Hamelín, dejando a esta vacía de ratas y de niños.
La moraleja que transmite la narración, destinada a imprimir en los niños el valor de la palabra y lo que genera su incumplimiento, se destaca, como en tantos otros textos inmortales, de los primeros años (como la invisibilidad de lo esencial en el principito, la importancia del esfuerzo y el largo plazo en los tres chanchitos, y el respeto a la palabra del mayor en caperucita roja), por la claridad de su mensaje y también por las posibles segundas lecturas que ofrece, una construcción metafórica básica pero a la vez profunda.
En Hamelín no preocupaba solamente la invasión de ratas, en realidad la mortificación primordial de los hombres del pueblo, era que ellos mismos no podían solucionar un problema que había surgido en donde vivían, ofertaron las cien monedas, no tanto para que se vayan los roedores, sino más que nada, para ver de qué manera obraría el que lograra el cometido.
La recompensa no estaba sujeta a la desratización, sino al accionar que librara el desratizador. Esperaban un raticida, una quema generalizada, una desinfección, recibieron música, y por más que el efecto fue el adecuado, no pagaron porque no creyeron en el método, por tanto mucho menos confiaron en la virtud de la flautista, demostrada luego, cuando ante el incumplimiento se lleva a los niños.
La democracia, no es un sistema cultural o un modo democrático de organizarnos y no hemos hecho mucho más que esto mismo, habilitar, condicionadamente que algunos se presenten a elecciones, y de esos presentados, que los habilitados para votar, en una ficticia igualdad de condiciones, elijan a quién los gobierne.
Esta es la criatura parida. Quién nos alumbre que la revolución no está en las calles, ni en los rodeos, ni en las asonadas. La revolución, está en agitar, profundizar, evidenciar e hiperbolizar las contradicciones de un sistema que dice representarnos y hacer valer, los derechos de los que menos tienen o de las minorías. Enrostrar que esto mismo es ficto, inexistente y tal vez innecesario, o no tan necesario.
Más allá de partidos, creemos que la candidatura de Donald Trump, refleja con claridad meridiana el desafío crucial de nuestras democracias occidentales. Hemos visto desde hace años, como distintos partidos, de ideologías varias, por intermedio de hombres y mujeres, más o menos dotados de carisma, como acompañados de grandes estrategias de mercadotecnia, pregonaron incansable como falsamente, los ideales irrealizables de una democracia inacaba, incierta, incumplible, un embuste a la razón, un timo a la expectativa, un juego perverso a la ilusión de los más humildes.
En tiempos en donde la incertidumbre, institucional como existencial, no es asumida, sino que se la pretende, ocultar, esconder o negar, generándonos para ello, relatos ficticios que más temprano que tarde, se terminan desmoronando como castillos de arena en la mar, produciendo mayores dolores, pobreza y exclusión, dejamos firmemente asentado que el tiempo del ahora, es, el establecer, sin ambages, ni anestesia que el mundo o el manejo del mismo (en lo que consiste la política) precisa de resoluciones urgentes que determinen patrones claros, prístinos y contundentes. Y que estos no pueden aguardar eternamente, que se abran las compuertas de un castillo, sea este medieval, monárquico o parlamentario.
Siglos atrás los intelectuales al terminar sus extensos tratados, debían convencer a sus patrocinadores para la publicación de los mismos. Esperar que la generación de estudiosos se convenciera que la ruptura fuera posible y que tomaran la decisión de instrumentar el accionar, de llevar la palabra al hecho.

Hoy nos alcanza con subir ciertas consideraciones de momento, a las redes sociales, que otros tanto le den compartir, me gusta o comenten a lo sumo Mola Mogollón y el descascaramiento va cobrando una fuerza ineluctable que nos conducirá, más temprano que tarde a un nuevo estado de cosas, mediante esa revolución que anida en la mente, en la palabra, en el concepto, en el lenguaje.