Uno de los legados
más preciados de los griegos, de los tantos que la humanidad le debe, es sin
duda la instauración de lo que se da en llamar gobierno del pueblo (recordemos
que en Grecia existía la esclavitud y no todos los habitantes eran ciudadanos),
patraña efectista que perdura, extrañamente en los tiempos actuales, de vacío
de ideas, de proyectos y de crisis constantes de legitimidad representativa. Tiempos
crispados, o mediatizados, en donde es considerado antidemocrático el luchar
por la democracia, desde afuera de los castillos de representatividad,
rodearlos, en forma natural, como amenazante para lo legítimo de lo representativo,
como quiénes pueden representar las partes más oscuras y hasta violentas y
agresivas de todo un colectivo social que se manifieste en una candidatura
determinada en un país occidental.
Sostener durante
siglos que el pueblo gobierna a través de representantes consagrados por voto
popular, debe ser una de los engaños mejor construido por las clases
dominantes, para tener a gusto y placer el manejo de la cosa pública y del coso
del público.
Huelga destacar sin
embargo, que nada mejor le ha ocurrido a esta humanidad, a nivel político, que
lo que se conoce como democracia, de todas maneras, ello no implica que esta
sea perfecta o pasible de críticas que la pongan frente al espejo de su
realidad.
Hace veinte años,
era aceptable que nos dijeran que antes que la dictadura, esta democracia era
más que una fiesta cívica, o el paso previo a lo perfecto. Sin embargo, se
acumulan décadas, en donde esta incertidumbre democrática, se pretende sostener
bajo pretensiones académicas como “democracia inacaba” u otros eufemismos que
intentan que las próximas generaciones, es decir dentro de algunos lustros y
sin que ya le podamos decir a ellos que lo democrático es lo mejor, ante la
dictadura (que será una cuestión historicista en tal momento) puedan llevarse
puesta, esta simulación de elegir, cuando en verdad, es un pérfido sistema
enquistado por los intereses de una minoría que nos impele a optar entre los
que ellos deciden que tenemos que, y aquí cambian el concepto, “elegir”, de
acuerdo a lo que establece lo que entiende como “la democracia”.
El problema es que
los que están afuera cada vez creen menos en esto, más cuenta se dan, de que
son víctimas de una jugarreta, sostenida en el horror que fueron los años en
los que no había democracia, pero ya son tres las generaciones que nacen y se desarrollan en el
juego de esta falacia representativa, y la clase dirigente, o la gran mayoría
de ella, sólo se preocupa en gozar del placer orgiástico, de que esas listas
conformadas por la arbitrariedad de unos pocos en el poder, se pongan en los
cuartos oscuros, y que por obligación se convoque a la ciudadanía a optar entre
los elegidos por los que tienen el poder, que no varían o muy poco, tanto estos
como aquellos.
Algún día,
esperemos, deseamos y trabajamos para evitarlo, se darán cuenta, llegará
alguien, apoyado por cientos o miles (los números ya lo tienen, darse cuenta se
dan cada vez más, sólo les resta organizarse y actuar) y echará a un
parlamentario, formalmente representante de ese pueblo que se lo demanda, desde
su propio lugar de trabajo, tendrá a esos miles que apoyarán la gesta, a
contrario del echado quién sólo tendrá o tiene el apoyo de quién lo puso, sí
este tipo de acciones se repiten el mismo día en el mismo lugar, en al menos 50
instituciones representativas, esa fantasía o pesadilla traerá un millón de
situaciones inimaginables, posiblemente fatídicas o fraticidas, pero será una
consecuencia casi natural de lo que venimos planteando desde hace tiempo, la
crisis de representatividad se va agravando, elección a elección y nuestros
políticos lo mejor que pueden hacer es tomar cartas en el asunto, detenerse en
el clímax orgiástico que piensan,
sienten y desean eterno, este sistema violado, ultrajado y vejado, ya parió la
criatura producto del oprobio, se debe trabajar en consecuencia de lo contrario
los tiempos de placer y goce pueden estar contados, para todos y todas.
Narra el cuento infantil, “El
Flautista de Hamelín” que en tal lugar, ocurrió una invasión de ratas, tan
alarmante y masiva que hasta los felinos huían despavoridos, ante tal
circunstancia, los hombres notables del pueblo se reunieron y ofrecieron cien monedas
de oro, para quién pudiera librar a la comarca de la plaga. Un flautista se
presentó y aseguró que se encargaría del asunto. Haciendo sonar su instrumento,
melódica y dulcemente, las ratas salían al encuentro de la música siguiendo al
flautista. Este al recorrer todos los espacios del pueblo, se dirigió a un río
lejano, y llevó a todas las ratas a la muerte por ahogo.
Solucionado el problema, el
flautista fue en busca de su pago o recompensa. Los hombres notables, rieron
con soberbia y adustez, no dieron las cien monedas de oro prometidas a quién
simplemente tocó la flauta, según las palabras de estos.
El engañado, saco su instrumento
y mediante otra melodía, hizo que todos los niños de la comarca salieran a su
encuentro, en tal momento, los llevó para siempre muy lejos de Hamelín, dejando
a esta vacía de ratas y de niños.
La moraleja que transmite la
narración, destinada a imprimir en los niños el valor de la palabra y lo que
genera su incumplimiento, se destaca, como en tantos otros textos inmortales,
de los primeros años (como la invisibilidad de lo esencial en el principito, la
importancia del esfuerzo y el largo plazo en los tres chanchitos, y el respeto
a la palabra del mayor en caperucita roja), por la claridad de su mensaje y
también por las posibles segundas lecturas que ofrece, una construcción
metafórica básica pero a la vez profunda.
En Hamelín no preocupaba solamente
la invasión de ratas, en realidad la mortificación primordial de los hombres
del pueblo, era que ellos mismos no podían solucionar un problema que había
surgido en donde vivían, ofertaron las cien monedas, no tanto para que se vayan
los roedores, sino más que nada, para ver de qué manera obraría el que lograra
el cometido.
La recompensa no estaba sujeta a
la desratización, sino al accionar que librara el desratizador. Esperaban un
raticida, una quema generalizada, una desinfección, recibieron música, y por
más que el efecto fue el adecuado, no pagaron porque no creyeron en el método,
por tanto mucho menos confiaron en la virtud de la flautista, demostrada luego,
cuando ante el incumplimiento se lleva a los niños.
La democracia, no es un sistema
cultural o un modo democrático de organizarnos y no hemos hecho mucho más que
esto mismo, habilitar, condicionadamente que algunos se presenten a elecciones,
y de esos presentados, que los habilitados para votar, en una ficticia igualdad
de condiciones, elijan a quién los gobierne.
Esta es la criatura parida. Quién
nos alumbre que la revolución no está en las calles, ni en los rodeos, ni en
las asonadas. La revolución, está en agitar, profundizar, evidenciar e
hiperbolizar las contradicciones de un sistema que dice representarnos y hacer
valer, los derechos de los que menos tienen o de las minorías. Enrostrar que
esto mismo es ficto, inexistente y tal vez innecesario, o no tan necesario.
Más allá de partidos, creemos que
la candidatura de Donald Trump, refleja con claridad meridiana el desafío
crucial de nuestras democracias occidentales. Hemos visto desde hace años, como
distintos partidos, de ideologías varias, por intermedio de hombres y mujeres,
más o menos dotados de carisma, como acompañados de grandes estrategias de
mercadotecnia, pregonaron incansable como falsamente, los ideales irrealizables
de una democracia inacaba, incierta, incumplible, un embuste a la razón, un
timo a la expectativa, un juego perverso a la ilusión de los más humildes.
En tiempos en donde la incertidumbre,
institucional como existencial, no es asumida, sino que se la pretende,
ocultar, esconder o negar, generándonos para ello, relatos ficticios que más
temprano que tarde, se terminan desmoronando como castillos de arena en la mar,
produciendo mayores dolores, pobreza y exclusión, dejamos firmemente asentado
que el tiempo del ahora, es, el establecer, sin ambages, ni anestesia que el
mundo o el manejo del mismo (en lo que consiste la política) precisa de
resoluciones urgentes que determinen patrones claros, prístinos y contundentes.
Y que estos no pueden aguardar eternamente, que se abran las compuertas de un
castillo, sea este medieval, monárquico o parlamentario.
Siglos atrás los intelectuales al
terminar sus extensos tratados, debían convencer a sus patrocinadores para la
publicación de los mismos. Esperar que la generación de estudiosos se
convenciera que la ruptura fuera posible y que tomaran la decisión de
instrumentar el accionar, de llevar la palabra al hecho.
Hoy nos alcanza con subir ciertas
consideraciones de momento, a las redes sociales, que otros tanto le den
compartir, me gusta o comenten a lo sumo Mola Mogollón y el descascaramiento va
cobrando una fuerza ineluctable que nos conducirá, más temprano que tarde a un
nuevo estado de cosas, mediante esa revolución que anida en la mente, en la
palabra, en el concepto, en el lenguaje.