Tras la aprobación de la
ordenanza en la Ciudad de Corrientes que prohíbe la existencia de whiskerías,
eufemismo que se utilizaba tal como antaño casas de tolerancia, en verdad prostíbulos,
quilombos o puticlub, debemos ser todos los actores sociales quiénes
intervengamos para dar el giro conceptual de considerar a la mujer, más allá de
su genitalidad y de una visión en donde la misma no sólo sea un receptáculo de
nuestra energía sexual, sobre todo quiénes hemos sido, o lo son, consumidores
de prostitución.
Y aquí radica el problema que la
tan importante ordenanza, como tampoco las organizaciones sociales, ni los
convenios firmados para luchar contra la cosificación de la mujer, que
desemboca en violencia de género o sólo en verla como un “pedazo de carne” y
finalmente genera el caldo de cultivo para la trata de personas, aún no
contempla, estamos hablado lisa y llanamente de toda una cultura, que tal como
transformó en víctima a la mujer, nos dio el rol de victimarios a los hombres.
Este es el punto temático,
ineludible para quiénes ejercemos un rol, emitiendo punto de vistas o
distribuyendo noticias, y por más que para los usos y las buenas costumbres la
auto-referencia no tenga buena prensa, en un tema como el sexual, que toca la
intimidad de nuestras partes ocultas desde tiempos de Adán, es casi una
fechoría no mirarse frente al espejo y no dar cuenta, que ha hecho uno con su
cuerpo y cuanto dinero a invertido para recibir caricias.
Promediaban los ´90, pleno apogeo
del capitalismo más salvaje, de los conceptos instalados a fuego, como el sálvese quién pueda, del no te metás, de
la aberración de lo público y la adoración de lo privado, del rey dinero que
transformaba a Carlos en el más seductor de los hombres sentado en los autos
que el mercado nos quería hacer creer como accesibles y prestos a darnos
satisfacciones espirituales, como rodeado de modelos y vedettes, despampanantes,
casi desnudas, que en nombre de la democracia recuperada nos mostraban los
primeros culos y las primeras tetas duras, turgentes y perfectas, que sólo
serían tocadas por el gerente, el empresario, el cantante o el deportista.
Yo tenía 13 años mis compañeros
de colegio un poco más, la ebullición hormonal hacía de las suyas y ya no nos
alcanzaba con las revistas, la habíamos consumido todas, parece que hablamos de
siglos atrás, pero no teníamos acceso ni a internet, ni a telefónos, la
televisión y más que nada la pública, nos incitaba por intermedio de desfiles,
de concursos y hasta publicidades que mostraban a la chica de turno, que en
verdad era el culo del momento, nosotros interpretábamos muy bien lo que el
mercado nos imponía o mejor dicho obedecíamos.
En nuestra ciudad las putas, o
sea nadie en tal momento, podría hablar de “mujer en situación de prostitución”
aparecían al caer la tarde, en calles paralelas a la Junín, la San Martín, como
la Bolívar, de Córdoba a Jujuy, pleno centro a metros de iglesias,
instituciones, de familias bien y toda la parafernalia de nuestra sorprendente
correntinidad, sin embargo como no manejábamos vehículos se nos complicaba el
traslado de las chicas( tengo recuerdos, sobre todo las prostitutas en las
calles mencionadas como mujeres más maduras que jóvenes) a un lugar en donde llevar a cabo el acto
sexual.
Un compañero avanzado en edad y
en la materia nos habló de Bacán. Detalles que bien podrían valer un cuento que
autoridades de la cultura nunca lo consideraran literatura hasta que uno no
cumpla como mínimo 50 años (esto hoy es una discriminación que en unos años
será combatida justamente, como ahora pasa con la prostitución, la arrogancia
de los que detentan un cargo cultural de creer que la misma sólo lo hacen
personas adultas-mayores) pero que no vienen al presente caso, lo cierto es que
Bacán era una Whiskería, así lo decía su marquesina de Neón, no pudimos entrar,
estaba prohibido para menores de 18, pero las putas salían y así, uno paso a
una pieza, y más que la virginidad, perdió el decoro, el romanticismo y cierta
inocencia ante la vida. Vale decir, que al pagar por un momento inicial de
sexo, uno, con la edad con la que contaba, y en el contexto cultural señalado,
era imposible que pudiera pensar en que esas mujeres estaban obligadas o
condicionadas, todo el sistema nos decía que sí teníamos 30 pesos podíamos
ingresar nuestros miembros a esos orificios, y tal como al ver una película del
Medievo reímos cuando vemos que las sábanas de los nupciales tenía un solo agujero
para que se produzca la penetración y ningún otro contacto más, así de
barbárica fue la concepción de la sexualidad y de lo que representaba una mujer
para los de nuestra generación.
Es indispensable, para quiénes no
tuvieron la posibilidad económica o no lo contemplaron, que se fomenten
charlas, equipos interdisciplinarios que se encarguen de toda una generación
que hemos sido educados como victimarios. No por casualidad los índices de
violencia de género y la explosión del negocio sexual esclavizando a personas tienen
en estos tiempos un grado de algidez sorpresivo.
Las organizaciones de género y
los familiares de personas víctimas de estos delitos, vienen realizando un
trabajo inconmensurable que cambia de raíz perspectivas culturales, la
dirigencia política acompaña bastante mediante sendas normativas este proceso
(prohibición de oferta pública sexual, ley anti-tratas, prohibición de
whiskerías) falta el compromiso de los actores sociales, que nos expresemos
quiénes nos constituimos en voz de algo, que socialicemos experiencias y
desafíos.
Pese a la incitación del sistema
económico-cultural, no puede ser argucia o excusa de quiénes cometen un delito
contra una mujer, a quienes les tiene que caer todo el peso de la ley y el
repudio público, que han sido víctimas de una maquinaria alentatoria de la
cosificación de la mujer y de la trata de la misma.
Despojarnos de estos preceptos de
un capitalismo-machista cuesta, día a día y momento a momento, no son
situaciones, ni problemas comparables, simplemente dar a conocer como nos ha
afectado a quiénes sin golpear a una mujer, ni someter a nadie a que se
prostituya, entrando en la naturalidad del circuito del cliente-prostituta nos
hemos cansado de cojer, pero de cojer como lo señala el castizo, de agarrar, de
tomar, de volver al estado de primates, en dar acrobacias sexuales, en ser
esclavos de un músculo caprichoso, confundiendo tal primitividad y no
permitiéndonos con ello hacer el amor, que eso sí pertenece a la intimidad de
quién suscribe, sometiéndonos en esa lógica que ya describió Hegel del Amo y el
esclavo, con un nombre y una funcionalidad distinta pero con la misma y triste
razón de ser de sólo obedecer, sin sentir, amar ni querer.