Una vez más Albert Camus con
aquello de “el único problema filosófico serio es determinar si nos suicidamos
o no” y en verdad en tiempos del estado presente, se podría demandar al mismo o
las administradores del poder de turno, no sólo por no dotar de sentido a la
vida del ciudadano común, sino de por pretender vaciar el sentido, quitarle
legitimidad, bastardearlo, presentándonos un estado de cosas, de una supuesta
mayor apertura, inclusión, participación, en una comunidad democrática, cuando
en verdad y sólo por dar un ejemplo, dos hermanos gobernaron la provincia, por
distintos partidos, tienen dos esposas, actualmente legisladoras por los
mismos, y cuentan con otro hermano y un primo (a su vez, hijo de otro
gobernador, por otro partido) que concentran tres de los cuatro diarios y quién
esta “desubicado” es quién esto dice y no los mencionados.
Nuevamente el sentido invertido,
por ello, la invitación al suicidio (que es cuando todo ha perdido sentido o
nunca se le ha encontrado), declarando esta vez, taxativamente, que nada uno
tiene en contra de, o caracterizando a, simplemente es el nombre y el apellido
de un estado de cosas, un estado, que precisamente se encarga de destruir el
sentido que los libros de ciencia política y de instrucción cívica en verdad,
nos aleccionaron acerca de la comunidad y de la ciudadanía. En esa
contradicción, abismal, petulante, entra a tallar, fino, el que uno acabe con
sus días. No porque no se tenga desde lo individual que apreciar, que vivir,
que extrañar o que disfrutar, sino como bandera, o en verdad como bisagra,
porque desde Durkheim a esta parte el suicidio es una cuestión social, es el
hiato inasequible entre esa vida vivida y esa viva pensada, como lo decía
Cesare Pavese, que termino suicidado.
Es el hastío, ante algo que
molesta, que puede ser una enfermedad dolorosa (como le paso a Gilles Deleuze)
como un desamor letal, como al parecer ocurrió con varios mimetizados por “La
fiebre de Werther” tras la obra de Goethe.
Y si bien Alejandro Casona,
mediante su obra teatral nos prohíbe “Suicidarnos en Primavera”, no menos
cierto es que se le podría endilgar al corpus social y a quienes administran
poder, una cierta instigación a, tal como podría estar caratulada, la causa del
empresario-periodista, suicidado, González Moreno.
De hecho, que Arturo, por haber
sido, el primo de, haya ocupado, tal como lo ocupo (allí inteligentemente casi
todos se corrieron y uno de los que no, instigado a) , el sillón de Ferré,
habla de por sí, de estas instigaciones subliminales, que una sociedad nos
inoculada, a diario, como para que desechemos la posibilidad de continuar, no
por casualidad, y no tan sólo, por cuestiones económicas, se estima que son
otro millón de correntinos, que viven fronteras afuera de la geografía
provincial.
Por esta exclusión, que perversamente
se disfraza de inclusión, para mostrarse más altisonante, mas inexpugnable, más
inabordable, porque el fenómeno, por sí no quedo claro, trasvasa todo el corpus
social, de hecho la oposición política, o quiénes no arribaron al gobierno, se
manejan no sólo igual, sino peor que quiénes lo hicieron, dado que sólo
pretenden estar en el lugar que otros ocupan, para cambiar nada más que un
nombre, una designación, un nominalismo, el color de una lapicera que dirá quién
cobra más y quién no cobra, y pérfidamente para ello, necesita, precisa de un
artificio, de una quimera, que es, diabólica, dado que invierte el valor,
planteando luchar contra lo que consolida, el reparto de paracetamol como acción
social, de semillas de girasol como distribución de la riqueza, de la elección
cada dos años a los mismos de siempre como símbolo de una institucionalidad
democrática.
Y tan ridículo como ser escritor
en tiempos de 140 caracteres, resulta también el rechazar estas invitaciones
que tan gentilmente nos cursa el status quo, sí no estamos de acuerdo con estos
patrones (nunca tan atildado y propicio el término) o nos queda marcharnos de
la geografía, o marcharnos del todo, es patético y por sobre todo triste, el
permanecer con la rebeldía de no querer aceptar como vienen dada las cosas.
Hablamos de una rebeldía, que nos
ni romántica, ni combativa, no es la del barbado bien parecido, estampado en
remeras o en boletas electorales de quienes se han servido, también de llenar
de parientes, las asesorías que le corresponden, hablamos de la rebeldía del
señalado, del ninguneado, del frustrado, del resentido y de todos los epítetos
más abyectos que se encargan de buscar los esbirros de los patrones, que esperan
la muerte de estos para repartir las migajas entre su prole.
Quizá el acceder a la invitación
permanente que nos realiza el sistema, por intermedio de la espectacularidad de
descerrajarse un tiro en la boca, arrojarse del puente o consumir dosis
industriales de pentotal, dejando una nota en donde se exprese que se dio un
paso al costado como forma de decir basta ante los abusos de lo mismo que se
muestra diferente, la exclusión disfrazada de inclusión , genere algún tipo de
cisma, de quiebre, pero ni pensarlo, ni siquiera por poner en valor lo que individualmente
se perdería, sino porque ni siquiera nadie se ocuparía del tema y en caso de
que lo hagan, serán los personeros de las “house organ” de los individuos (ni
siquiera de los partidos) mencionados o sus socios o entenados, que dirán,
voluntariamente que el suicidado tuvo un accidente, probablemente, alcoholizado
o drogado.
Tal como una definición acerca de
la política que plantea que es la continuidad de la guerra por otros métodos,
el lenguaje, como epicentro, o sustancia del ser en su dimensión más profunda,
es la única herramienta precisa, para responder a semejante invitación, permanente,
persistente, provocativa y mendaz, es el acto de resistencia, liberador y
libertario, de decirles que podrán manejar sus empresas, sus medios, sus riquezas,
sus proles, la información, el poder, el gobierno, los recursos, la justicia, mas
nunca, ni tan siquiera la voluntad insobornable, de quiénes, por ciertas
razones oscurantistas de la vida, hemos resuelto pararnos desde otro lugar y hacer
con ella los que nos venga en ganas, sin molestar, ni mucho menos, inducir o
instigar a nadie, porque si no quedo en claro, nada se tiene contra los que felices
viven en el sistema señalado, solamente se manifiesta, notificando, que no se
acepta la invitación que cursan a diario.