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Quiero Dejarme volar

Una típica novela de espionaje, formidablemente ambientada en los años de la guerra fría. El protagonista, un agente de la Scotland Yard, un hombre maduro y bien parecido, con dotes de donjuán, realizaba las misiones más estrafalarias, obteniendo siempre un resultado exitoso. Su labor consistía en enredarse con siniestros personajes del mundo del hampa y el terrorismo, a los fines de desarticular, los hilos, movidos desde las sombras, por políticos inescrupulosos ligados al comunismo. Entre tanta acción, el autor de la novela, mechaba, con astucia de zorro literario, complicaciones de índole amorosa. Alguna mujer de la Europa Oriental, aparecía con rostro angelical, para engatusar al héroe en cuestión. Las pocas páginas dedicadas a este nudo narrativo, servían para humanizar más al agente, emparentándolo, aún más, con los probables lectores. Antes de terminar la lectura de los tres primeros capítulos, y por tanto de apagar el barato velador que iluminaba mis noches, reparé en el tiraje de la edición del libro. Un número considerable. Es lo que la gente quiere leer, me exclamé con sumo convencimiento. Una historia sencilla, ágil, dinámica, con un poco de amor, mucha traición y con un saldo victorioso para el protagonista. Está bien, la cosa funciona así, pensé antes de dejarme vencer por el sueño. Claro que me gustaría que algunos de mis textos se transformen en éxitos literarios, pagando cualquier precio. Menos el de traicionarme a mí mismo como escritor, es decir, escribiendo para un supuesto público que condicione lo que deseo transmitir. Fue lo que finalmente analicé, para luego, ingresar en un plácido, y merecido descanso que se interrumpiría por un sueño extraño
yo estaba dentro de una cueva, al estilo cavernícola, comía, dormía, y tenía en la mano una gran lanza. De repente, veo una chica, con una especie de taparrabos, que fuera de la cueva, miraba detenidamente un árbol. Lo escrutaba, lo rodeaba. A mí me pareció hermosa. Sus cabellos negros al viento y una dulce mirada de niña, en un rostro de mujer. Me vinieron ganas de salir a buscarla. Más allá de una sensación primigenia, de contrariedad, una mezcla de temor y de dudas, finalmente opté por salir raudamente al encuentro con ella. La tomé de la mano, subí al árbol, y pude escoger los frutos, que tan detenidamente la chica miraba. Caminamos juntos, subimos colinas, atravesamos montañas y ríos. Magistralmente, con su compañía, me alejaba de la cueva, en la cuál me encontraba. Llegamos a una especie de campiña, y con diferentes objetos, que lanza en mano, fui consiguiendo, logré armar una casa, que nos diera guarida. Lentamente el campo que ocupábamos se fue poblando, de otras personas, que se iban asentando. Cuando pude observar con tranquilidad, conformábamos una comunidad, con cientos de integrantes. Con algunos de ellos, iniciamos una expedición. Tras llegar a un atalaya, pudimos ver, que bajo esa colina, se extendían diferentes castillos, de gran porte, que conformaban una especie de comunidad desconocida. Yo parado, en una gran piedra, agité mi lanza y exclamando gritos incomprensibles, dirigí a mis compañeros a la toma de esos castillos.
Fui criado y educado en una sociedad, con un caldo de cultivo excelente, para este tipo de lazos de amo-esclavo, que se fomentan a nivel social y familiar. Que te demarcan un rumbo claudicante, obediente y esclavizante. De todas maneras, debo eliminar ese concepto, porque mi deseo no consiste en pasar de esclavo a amo, mi deseo consiste en vivir libremente, con relaciones de respeto, en donde se valoren los principios de la claridad y la franqueza, sin temores totémicos, que me impidan avanzar, por una senda, en donde me pueda hacer cargo de lo que hago y lo que dejo de hacer, sin poner culpas, y sin vivir arrastrando conflictos irresueltos, que aten mi vuelo.