Disquisiciones estivales
Siempre hube de pensar que nuestras tragedias griegas sociales, nuestros desatinos económicos y nuestras barbaries jurídicas, se debían a las normativas espurias y subyacentes, de los dictados obsoletos y pantagruélicos, que provenían de un sistema de pensamiento, que arrastrábamos desde las épocas medievales.
Presentaría una propuesta y no cejaría hasta conseguirlo, para que las administraciones públicas, tanto provinciales como la nacional, adquieran trabajadores bajo concurso. Donde el valor primordial se constituya en la capacitación y el mérito. Mi propia experiencia me hubo de otorgar la tragedia que significaba el toparme a diario con las formas del nepotismo y el amiguismo. Incapaces de hecho y de derecho, que jamás podrían pasar un simple examen de lecto-escritura, nadaban en la abundancia del caldo de cultivo de nuestros problemas, que se hacían carne en las oficinas y dependencias del estado.
Dentro de esta política, para inculcar y generar una meritocracia, se desprendían varios proyectos en consonancia. Desde instaurar becas gratuitas para aquellos estudiantes medios que promediarán niveles de excelencia, pasando por menguar las presiones impositivas a los más cumplidores, llegando a la distinción por intermedio de la orden de la idoneidad a todos los que se destacaran en cualquier ámbito o rama en el fuero internacional. Claro que también establecería medidas de contrapeso, para aleccionar con reprimendas concretas a quienes no rindieran en sus estudios, proponiendo un pago voluntario, a los que evadieran o se distrajeran de sus obligaciones fiscales, aumentando la presión y los controles y tratando de que perdieran espacio en el ambiente público a los que solamente esgrimieran una cara bonita o una catarata de agresiones como oferta cultural a la ciudadanía.
Otro de los puntos problemáticos, que se evidenciaba específicamente en el ámbito jurídico, consistía en lo abarrotado y confuso de nuestro compendio normativo. Poseíamos más de veinticinco mil leyes, superpuestas, inconexas y en muchos casos caídas en desuetudo. Los teóricos del derecho bautizaron cómo inflación normativa al mal que nos sentenciaba a un cúmulo desordenado y anquilosado de equívocos, en que se había transformado nuestra jurisprudencia. Si bien databa de años la redacción de un digesto jurídico, a los fines de organizar tamaña incoherencia, la realidad indicaba que lo único que había sucedido era que continuábamos esperando. Iba a emprender una acción contundente y progresiva, de ir derogando muchas leyes que ya no tenían sentido de ser. La lucha contra la langosta, o la desratización de las áreas urbanas eran los paradigmas de centenas de normas de similares características, vetustas y anacrónicas.
donde los sectores pudientes, amuchados en countrys, se colgaban de la luz para no pagarla, en donde los medios de comunicación más poderosos cerraban filas con los hombres políticos para prestidigitar los asuntos públicos, en donde el taxista que pudiera llevarme a donde pidiera trasladarme, me estafaría enzoquetándome una moneda falsa, todo estaba preparado para que lo anormal se transformara en normalidad y viceversa. Sesiones terapéuticas mediante, me ayudaron a observar, que la invitación que sentía por dar un repentino salto al estrellato, en realidad tenían más que ver, con la necesidad que acarreaba desde la infancia de sentirme querido, de buscar a la madre, que figurativamente existía, más no así en la comprensión y en la vivencia diaria. Típicos boicots, que justificaban el dinero que le otorgaba a mi analista, cuando magistralmente me los desmarañaba. Al tiempo del cimbronazo que no fue tal, y que con ayuda terapéutica pude controlar, me sentí tranquilo y sereno, ninguna situación que me tuviera de simple observador, podría ser el punto de partida de mi carrera hacia el prestigio y la congratulación, por más que estuviera relacionada con la inmoralidad o la corrupción.
Transformar la realidad propia, modificar las circunstancias condicionantes del inconsciente, a través de la conciencia, o simplemente superar los obstáculos que uno mismo se pone para no alcanzar los objetivos anhelados, debe ser por lejos, una de las metas más harto complicadas de realizar. Incluso, cambiar el mundo, revolucionar, con fines positivos a la sociedad en la cuál uno se desempeña o deslizarse cada día en una comunidad mejor, puede resultar una tarea sumamente sencilla, bastaría con un lápiz y un papel, cómo para imprimir con palabras los deseos que podrían aparecer como ineluctables o inalcanzables. Es más si uno se abstiene de la mentada salida, que quizá peque de romántica, podría desandar la ruta de emigrar a otras ciudades, forjarse microcosmos, donde imperen en forma parcial la abstracción, la distracción o el divertimento y en definitiva poder entender, en toda su dimensión, lo dificultoso que resulta el modificar algún aspecto íntimo o que provenga de uno mismo y que atenta contra los propios deseos o la propia realización.
Por más trillada que resulte la frase, el primer paso es reconocer el problema, claro que no basta únicamente con ello. Cuando por esas laberínticas razones, casi inexpugnables, los ojos se enturbian y empiezan a percibir la realidad bajo una tonalidad renegrida, o cuando los oídos aprecian los desafinados y exasperantes tonos de las melodías más tristes y melancólicas, o cuando por las fosas nasales ingresan los aromas más nauseabundos y horripilantes, dignos de un lodazal putrefacto; todo se inicia, cuál perfecto círculo vicioso. El misterioso comienzo no hesita ni se amilana y avanza con magnánima fuerza para activar otros pasos que desembocaran en una percepción, de uno mismo, tan desajustada como negativa.
Los sentidos reproducen equívocamente lo percibido, por la activación en el cerebro de un mecanismo que se obstina en decodificar los mensajes del exterior como señales negativas o directamente como agresiones directas a la propia subjetividad. Por lo general, se suma amablemente, la ansiedad, que impulsa a una falsa desesperación como para cambiar lo que se da por cierto, pero que proviene de una fuente errónea. Las percepciones negativas en compañía de la ansiedad, se mezclan y buscan en forma frenética al dolor. A este por lo general se lo consigue, al recordar, también con injusticia, hechos o sucesos dramáticos o trágicos. Con estos letales elementos, en conjunto, se dispara la destrucción (autodestrucción) de la estima (autoestima) que fluye vía una fuerte crisis de llanto, el inicio de una depresión o un nudo gordiano en la garganta.
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