No debe haber oportunidad en la
que no haya escuchado, casi en todo inquisitorio, sí lo que está usted haciendo
o dejando de hacer, sirve efectiva como fehacientemente para algo o alguien. El
totalitarismo de esta concepción de las cosas, alcanza grados irónicos, o los
pretende, suavizándose bajo tal barniz de la humorada, para descansar en frases
harto repetidas como “agarra una pala o ponete a laburar”, cómo si,
precisamente ese hacer algo que demanda, la sociedad de consumo, no sólo que
tenga que ser tal, es decir incuestionable, sino además, casi exclusivamente,
construida bajo el categorial de un supuesto trabajo sacrificial que demande un
enajenamiento suyo, para que finalmente le corresponda algo por tal entrega a
título de ofrenda.
Los países, sin embargo, que
demuestran, salir del molde, es decir de las crisis de hambre, ajuste y falta
de inclusión, son las que apuestan, precisamente a las aventuras de lo más
auténtico, como esencial de lo humano, sus vetas intelectuales, sensoriales, artísticas
y que promueven las ideas fuerzas creativas que más luego, se exportan, con
éxito en las sociedades condenadas, a esos trabajos forzados que tienen a sus ciudadanos bajo trato esclavo, labrando
tierras o haciéndoles cumplir horario, para confirmar lo innecesario de
pretender acotar el tiempo a una escala de reloj.
No debe ser casual, que las
comunidades tanto con índices económicos como sociales y con escenografías
urbanísticas más desarrolladas y modernas, le ofrezcan a sus integrantes,
formas más amenas o relacionadas con lo más auténtico del ser humano, para
ganarse la vida, que en los otros sitios, en donde la pobreza y la marginalidad,
golpea tanto al que no tiene como al que tiene. Abundan, no solo los trabajos
informales o sin ningún tipo de garantías sustentables de lo jurídico, para los
que viven en comarcas medievales en donde hablar de capitalismo no sólo que es
ilusorio, sino conjeturalmente impreciso y escasean, las posibilidades de
ofrecer maneras de conseguir el reconocimiento social, por intermedio de la expresividad,
del pensamiento o de la proyección, más allá de lo establecido. En sentido
contrario, en las aldeas, en donde la declaración de los derechos humanos, de
siglos atrás, se aplica un poco más ajustadamente, aquel trabajo, pasa a ser
una suerte de arcaísmo refractario, dejando a sus masas de proletarios en las
instancias de la reproducción en serie de los bienes en serie (valga la redundancia),
quedando, como desde la época de su descubrimiento, la discusión en la
plusvalía.
Que las clases dirigentes de
ciertas comunidades, se pongan a la vanguardia de las necesidades que están al
porvenir, determinará la suerte que corran tales sitios en el futuro inmediato.
El diagnóstico es unánime, todos reconocen que nadie sabe cuáles serán los
trabajos más rentados o precisados dentro de un par de lustros por delante.
Un primer paso, podría ser este,
es decir, cambiar la perspectiva de creer que tendríamos que tener certezas
unívocas en relación a lo humano.
Que no sirvamos para nada, para
nada de lo que precisa un sistema de no inclusión y de desigualdad, debiera ser
no sólo una posición, sino una obligación. El tener hombres y mujeres que se
puedan encumbrar en posiciones de pensamiento y de reflexión, debiera ser un
derecho que tengamos los ciudadanos para que desde tal atalaya, nos iluminen
con tales pliegues de la razón y la sensación de lo humano, que a los gritos
pide, dejar de servir, y sentir a flor de piel, algo más que las culpas y los
azotes del látigo y las exigencias que a lo único que nos han conducido es al
presente averno en donde somos cada vez
menos humanos, cuando más obcecamos ante esos supuestos trabajos que nos
denigran en grado inversamente proporcional al que nos dedicamos.