Tal como el “Algo
habrán hecho” de la dictadura, o el “No te metás” de los noventa, esta década
que transitamos, estampa la hiperactividad del funcionariado que somete
ideológica y políticamente a empleados y militantes por igual, haciéndoles
creer que transforman la realidad profunda, repartiendo preservativos como si fuesen
derechos e inscribiendo a beneficios temporales como si fuesen conquistas
sociales, apotegmas de un período televisivo, en donde todo está guionado
(haciendo uso inteligente de las debilidades del colectivo social) , para que
nadie maneje precisamente esa lapicera desde donde se escriben los relatos del
poder. Ni siquiera el debate se detuvo entre los que hacían, es decir los
nuevos revolucionarios, o los políticos recuperando el poder, o el retorno de
los empresarios o del poder por sobre la política (esta es la pseudo-discusión
que idiotiza a las mayorías ilustradas de nuestra contemporaneidad), cuando el
verdad el problema radica en ese hacer idiotizante, en esa necesidad de no
asumir nuestra condición de humanos, a los que no necesariamente debemos estar
impelidos a esa acción que nos detiene en el pensamiento, en el desarrollo de
nuestra libertad y de nuestro ser, y no hacer en el mundo. La necesidad de la
perspectiva filosófica en la política.
En estos tiempos de
instantaneidad, donde el mensaje ya murió al momento de ser emitido por la
velocidad de los canales por donde transita (redes sociales, etc. ), la
política, o mejor dicho los guionistas de estos tiempos, que manejan como
títeres a muchos de los mamelucos que se sientan en los sillones del poder
supuesto, precisan de la reiteración de la acción, por eso los ponen a esos
pinches, a los fanáticos del hacer, a los cabezas huecas que deleznan del
pensamiento, a los que no preguntan, pero hacen, aprovechando, claro está,
patrones culturales que nos son propios como comunidad, y que nos generan que
percibamos positivamente lo que en verdad no es.
Los correntinos,
como parte integrante de una Latinoamerica profunda que no ha desandado sus
contradicciones, somos por definición, por historia, por tradición barbárica de
la conquista (que nos ha sometido a
fuego y cruz) obedientes, que aceptamos
obcecadamente, morir, antes que incumplir una orden o mandato que provenga de
las esferas encumbradas, esa es la reminiscencia al conquistador, a la hoguera.
Esta es la única razón, por la cual, el conflicto bélico de Malvinas, se
recubrió de tanta sangre de coterráneos. Podríamos seguir ahondando, o
fortaleciendo el argumento, con ejemplos concretos. Cada uno de ellos, daría
para extensas y profusas notas de color. Desde los índices, elevadísimos, de
violencia familiar, hasta la conquista de los primeros lugares en pobreza y
marginalidad, tienen explicación en la obediencia debida que se, traduce en
valentía para morir (por los de arriba) y cobardía para vivir (por nosotros
mismos).
No se trata aquí,
de plantear como salida, una revolución épica y sangrienta, tales como la
Francesa y la Bolchevique (los que sí lo aplicaron en nuestras tierras en su
momento no ha sido más que víctimas de un eurocentrismo alienante), y por tanto
nada más lejos que instigar a la quema del guaraní y de sus parroquianos, es simplemente
la búsqueda de una explicación, de una razón, sin ánimos de recriminarnos
mucho. Más allá de todo lo que se pueda decir o dejar de decir políticamente,
hemos sido gobernados, por nuestros propios votos, por un puñado de familias, y
esto también les cabe a los opositores quiénes diseñaron un mismo sistema de
castas.
Por esto mismo no
podemos desconocer de tal manera, las convicciones profundas, de toda una
comunidad, como la nuestra, deseosa
siempre de un líder paternalista que, a imagen y semejanza del hijo del
creador, señale el sendero a sus multitudinarios seguidores.
Nadie que haya
tenido la posibilidad de formarse intelectualmente, podría afirmar que la
realidad que vivimos, es la ideal, la más adecuada o la más conveniente. Todos
los que deseen un porvenir provechoso, no sólo tienen el derecho, más bien,
tienen la obligación de trabajar por tamaño cometido. Pero nadie, puede ser tan
egoístamente obtuso, cómo para no vislumbrar, que el primer paso para superar
un problema, es reconocerlo.
Cuando, estas
convicciones profundas del vulgo, no se respetan o se abortan (como para que se
agoten en sí mismas) las historias se repiten, una y otra vez.
Los pueblos no se
suicidan, pueden vivir eligiendo
representantes que sólo tengan lo que la autoridad del voto les manda,
modificar, poco o progresivamente, más y por ello desean continuar, dado que
finalmente cada pueblo tiene el gobernante que se merece en la medida de sus
merecimientos y de sus tiempos.
Nadie le pide a
estos sectores, los más desposeídos que invocan al líder paternalista, privado
de educación, de trabajo y condiciones de vida digna, que debata sobre la Coparticipación Federal
con el Ministro de Economía. Con tal que, en vez de pedir dinero o comida por
el voto, solicite trabajo o herramientas, o una parcela de tierra, el sí
obsecuente y parasitario, se irá transformando en una, adecuada y
correspondiente, petición ciudadana más por una cuestión de tiempo, de
generaciones, que por una elección o por un rayo que modifique sustancialmente
algo de lo que en verdad no se quiere modificar.
Concentrando en
estos aspectos para profundizar el “domesticamiento” es en donde el oficialismo
encontrará chances de que el escenario de crisis sea el más leve, e incluso la
posibilidad de la continuidad de la continuidad, la oposición, ya sea la
existente o la que se genere desde adentro, deberá encontrar caminos políticos,
no para ganar batallas dialécticas ni periodísticas, sino para no entrar en la
domesticación que beneficiara con creces
sólo al gobierno. La chance de entrarle políticamente al gobierno, mal que le
pese a la mayoría de los opositores, es dándole desde la política, sea por
izquierda o por derecha, o por ambas, y hasta que no se convenzan de eso, la
sintonía fina continuará con otros nombres pero mismos métodos.
Mucho se dice, luego de los ´90 que un político “supuestamente hace”,
pero ¿Qué significa este hacer? ¿Ejecutar su función de empleado del estado?,
aplicar un plan nacional, recorrer el interior o entregar cosas a una institución
pública, en el mejor de los casos. Eso sería para estos “fenómenos” la
actividad loable de un político de estos tiempos. Nada de hablar, de proponer,
de discutir, mucho menos pensar. Político es llegar a un cargo, ni siquiera
electivo, más allá del cómo (por lo general arrastrándose y esperando la
designación de un “amigo que este arriba”) para luego “transpirar la camiseta
(con un jugosos sueldo, claro está)” y enviar a la prensa “amiga” el parte que
transforma la “acción” del político en un reverdecer de estos nuevos “Perones”
que nada harían sí no tuvieran ese acceso burocrático en la función pública.
Muy raro este concepto de la política y el político, que no permite el pensar,
el desarrollo de las convicciones y de la ideología, concepto neoliberal y
conservador, que sólo ofrece “la política” a un puñado de tipos metidos en el
“status quo”, que encima algunos perversos, se dicen combatirlo.“Las tradiciones carecen de poder, pero la cultura también. No
puede decirse que los individuos estén privados de conocimiento: cabe afirmar,
por el contrario, que en Occidente, y por primera vez en la historia, el
patrimonio espiritual de la humanidad esta integra e inmediatamente disponible.
La empresa artesanal de los enciclopedistas ha sido sustituida por los libros
de bolsillo, los videocasetes y los bancos de datos, y ya no existe obstáculo material
para la difusión de las Luces. Ahora bien en el preciso momento en que la
técnica, a través de la televisión y de los ordenadores, parece capaz de hacer
que todos los saberes penetren en todos los hogares, la lógica del consumo
destruye la cultura. La palabra persiste pero vaciada de cualquier idea de
información, abertura del mundo y de cuidado del alma. Actualmente lo que rige
la vida espiritual es el principio del placer, forma postmoderna del interés
privado. Ya no se trata de convertir a los hombres en sujetos autónomos, sino
de satisfacer sus deseos inmediatos, de divertirles al menor coste posible. El
individuo postmoderno, conglomerado desenvuelto de necesidades pasajeras y
aleatorias, ha olvidado que la libertad era otra cosa que la potestad de
cambiar de cadenas, y la propia cultura algo más que una pulsión satisfecha”.
(La derrota del pensamiento. Pág. 128. Alain Fienkelkraut). Empoderar a la
cultura es en definitiva dotar de sentido a las manifestaciones de los
individuos en una comunidad y poder hacerlas converger en su abanico de
diferencias, lo cultural se define en la defensa irrestricta de la libertad del
hombre, algo tan sencillo y complejo a la vez para esta tardomodernidad que aún
cree que los problemas más importantes que tiene son de índole
económico-financiero, cuando el sistema de referencias y de representatividad
del político ante la gente, como la del dinero en relación a cubrir necesidades
o brindar placer, caen sin atributos ante el hombre y su condena irresuelta por
navegar con tranquilidad en el mar de incertidumbre en el que lo sorprendió la
existencia.
La condena de buscar respuestas donde no las hay (las filosóficas) es
un encadenamiento eterno (prometeico), el no arribar a una libertad absoluta, no significa
que tengamos que abandonar una causa que viene con nuestra naturaleza, por más
que la dictadura del hacer, nos someta a creer que sólo somos seres destinados
a plantear desdichas sin objetivos prácticos. Para terminar con la
introducción, que muchos agarren una pala, merced a que pocos gestionan la
pala, no significa que algunos se pregunten, ¿para que se agarra la pala o para
que uno responde a la pregunta maquinal de la red social de que es lo sé está
pensando, o que se está haciendo, como si fuésemos un vano producto condenado
al hacer estupidizante que niega nuestras facultades más auténticas como el
pensar?