La muerte es la pareja de baile a
quién en forma permanente y constante debemos mantener entretenida, tenerla
siempre un paso adelante, para postergar la obvia epifanía del telón que cae, y
la memoria, tan estimable como el público,
dirá como este mediante su aplauso si nuestra pieza ha valido la pena como
para que se nos recuerde.
Llevar la cultura y el arte desde
el nombre es un condicionamiento, pero dejarse guiar por tal señal en la vida y
hacer de ello un predicamento, ya no es para cualquiera, mucho menos si además
se hace escuela, y un milagro sí se cultiva la grandeza de espíritu para ver y reconocer a otros en el mismo sendero y
desmalezarlos con el propio cuerpo.
Quienes trabajan exhibiendo sus
sentimientos se someten a tantos dolores, como frustraciones y
desencantamientos, pero de ellos obtienen la energía, para otra coreografía en
el escenio, el aplauso es el alimento, perecedero como adictivo, y el
reconocimiento, siempre postrero.
Nadie se va si no se lo olvida,
por más que suene a falsa melodía, es ley en la vida que los artistas se van de
gira y sólo son vistos en su completa dimensión en el cortejo.
Qué bien le bailaste a la vida
dirán tanto público como émulos, que difícil es ser artista en estas bellas
tierras murmuran otros, proyectos e ideas aún no realizadas, infinitas, llantos
y emociones fuertes de tu final de obra, extraerás a borbotones, con la certeza
de que ha sido una gran obra y de que lo sabías, retumba mi última charla
cuando decías “Yo quiero que al menos un azulejo lleve mi nombre cuando ya no esté”,
en esto te equivocaste, y grande, porque será mucho más que eso, el tiempo dirá;
ese que ahora te reclaman tus amigos y seres queridos por considerarlo escaso y
el que te agradecemos por siempre quienes
compartimos hechos culturales, el placer de haberte conocido, de haber
aprendido y compartido un escenario, la contundencia de que honraste tu nombre Dionisio
y que a la danza de la muerte, le pegaste el paseo estético de tus pasos
elegantes e inolvidables que así sentencian los aplausos eternos.
(Francisco Tomás González
Cabañas, Escritor).