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Mi Flor Primaveral


Nada uno podría hacer sí no desea nada, a tal punto que todo un dejo de no desear se transforma en el ingreso a otro estadio, a otro lugar, la narración de otra historia, otro lenguaje, otra cultura, otra religiosidad. Tomar de la misma una porción es tan solo un divertimento menor, como imitar un barbudo hindú que nos diga como respirar, o la admiración de la inimitable transformación de Sidarta en Buda (precisamente cuando dejo todo vestigio de deseo).

Sin embargo el desear sí bien nos constituye como seres humanos, y quizá sea una de las razones primordiales por las cuáles no le decimos automáticamente adiós a un mundo sin mucha significaciones por develar o compartir, también puede transformarse en una razón válida como para que tu cerebro diga basta, haga implosión, se sature, reviente, estalle, se demuela, dando la inmensa satisfacción a quiénes no te bancaban un poquito y lo tenían que hacer por modales y buenas costumbres.

Desde el deseo del bien material, zapatillas, pantalón, cartera, celular, automóvil, casa propia, pasando por los deseos más complicados, los inmanejables, los inasequibles, inabordables, inmanejables, los que nos pueden llevar a ese límite, de sentir el vértigo de la vida correr por nuestras venas, todos los minutos, las horas, los días, meses y años, entregados por un segundo en donde o tenemos lo que deseamos, apostándolo todo o nos quedamos sin nada, sin que nos debamos o nos volvamos a dar la posibilidad de volver a empezar.

La belleza de un mundo sin desear la gloria, podría resultar paradisiaco, sin desear la libertad, aún más, sin desear el reconocimiento deslumbrante , sin desear ser amados o agradar, podría ser torpemente revolucionario en el sentido que carecerían de sentido muchas de las acciones de las cuáles hoy nos conducen por este camino, insondable, insospechado y caeríamos en la aquella filosofía o en verdad religiosidad de la que hablábamos, no ser para ser, no desear para morir, trascender en la intrascendencia.

Desde el vamos que uno no puede vivir atormentado en todo momento con este tipo de cuestiones, es más todo lo otro (la vida en sí) sirve como para no profundizar en este tipo de malos entendidos.

Supongamos que deseamos instintivamente, pulsionalmente, sexualmente a alguien, esa fuerza que nos moviliza, es decir ese deseo primigenio, es una lava irrefrenable, que al ser traducida en el ser social, de alguna manera se controla, por tanto se socializa, de lo contrario seguiríamos desnudos sin pruritos ante nuestras genitalidades, pero cierto resquicio, cierta huella, queda, golpea en el algún cromosoma que todavía la cientificidad no ha descubierto, el tratamiento que le damos a un fuerte deseo instintivo de índole sexual, es básicamente poner, situar, transformar en objeto a aquello que nos provoca esa reacción, sea ser humano, hombre, mujer o mono.

Nuevamente nos aborda el rector, el semáforo, esa autoridad tutelante que nos sitúa en tiempo y espacio, de repente nos viste, de gala, o elegante sport, nos pone en una fiesta fastuosa, en donde el objetivo sigue siendo el mismo, pero a su vez cambia, daríamos lo que sea por materializar el deseo, supongamos tenerla, hacerla nuestra en ese momento, adentrarla, poseerla, acabarla a ella, a la situación, al mundo, a todo, ese instante que es muerte y vida, vértigo donde todo y nada sucede a la vez.
Todo ocurrió una y otra vez en nuestro cerebro, es la venganza que ejercemos ante el tutelador, la que se cobra la barbarie por sobre la civilización, este le pide mesura, comportamiento social, la primitividad le responde con mayor inteligencia, no le dice nada y lo hace, una y otra vez, de modos tan poco elegantes como sucedáneos.

Y en ese ida y vuelta, en ese gris, encuentro de desencuentros, en ese equilibrio que debemos ejercer como seres en este mundo, de tanto en tanto, surge aquello, pocas veces explicable que es el amor, la distancia exacta de deseo hacia un sujeto en un tiempo infinito, cuando el sujeto, vuelve a ser objeto o pasa a ser objeto y lo infinito se traduce en días, meses o años,  ya dejo de serlo y por lo general es convivencia, conveniencia o connivencia, sin amor.

Estos procesos tan complejos que nos suceden no pueden ser milimétricamente preparados con antelación, sirven sí para el mercado, para ganar dinero, tanto de publicistas que abordan la idea de una estación metereológica apta para que florezcan vínculos, como de galenos de diferentes rubros que hasta se animan a plantear que uno se debe preparar como para, amar, tener una relación o para este tipo de situaciones humanas.

Lamentablemente, y pese a nuestros esfuerzos mentales, sucede, como cuando ese deseo instintivo surge, la respuesta al  mismo se dan como un conjunto de fenómenos que interactúan, existe la improbabilidad de un resultado incierto.

Mientras tanto ya ha transcurrido un cierto y sopesable fractal de tiempo, vestidos sociales ante nuestra desnudes.

Esta es mi flor para el día de la primavera, como siempre te elegí la mejor, porque te considero especial y aún no se porque, pese a que todos los días lo intente averiguar, quizá el día que lo consiga ya no este más a tu lado, mientras tanto disfrútala, es una rosa, como ya sabes, depende de cómo la agarres te podrá o no lastimar los dedos y un poquito más también.