De la libertad y otras yerbas
El precio de la libertad, no tiene que ver con ser autónomo o independiente. Ganarse el pan, por intermedio de un sueldo, es sumamente digno, deja de serlo, cuando el que paga, requiere sexo a cambio, que le ceben un mate (sí es que uno no fue contratado para eso) o que se entreguen a algo, de lo que uno no esta convencido. Uno también puede ser autónomo, pero agachar la cabeza ante el primordial inversor, tampoco es señal de haber adquirido libertad.
En definitiva, es una cuestión de elección, allí radica la verdadera libertad. Muchos optan por lustrar zapatos, y son designados ministros, subsecretarios o legisladores. Las vacilaciones que detentan, ante cada paso que deben dar, los develan, pero bueno sí son felices así, bienvenido sea.
Los que buscamos otra cosa, más allá de no saber sí llegamos a fin de mes y descubrir a grandes personas, como es mí caso, que entienden la situación, al menos podemos escribir con total sinceridad, lo que nos ocurre, sin tener que consagrarnos a lo que nos dicten.
Carece de absoluto sentido que hablemos de los muchos que no comen ni trabajan. Ni siquiera pueden leer el número de la boleta que tienen que meter en la urna, menos podrán comprender un texto, estos extranjeros dentro de la propia tierra, destinados a servir y satisfacer los deseos, de quienes tenemos la oportunidad de saber que existe la civilización.
Habrá que dirigirse a quienes se suicidan o se exilian, ya que si bien ambos se evaden, lo hacen en la medida de ser concientes que habitan en la barbarie. Tamaña empresa la de convencer a los que piensan en quitarse la vida, más allá de sugerirle un psiquiatra, nada garantiza que la promesa cristiana del edén celestial o la cruda realidad de la nada que hay más allá de la muerte, prevalezca una sobre otra. Una apuesta límite, como las muchas que se hacen en los tantos casinos de nuestra tierra, rojo o negro, lo que quedo del sueldo. Claro que de las deudas se sale, o al menos uno se puede esconder de sus acreedores, el suicida sin embargo, se juega su última carta. Escapa de su infierno individual que también es un infierno social (Durkheim, está bien es verano, y leer no paga, un tipo francés, que no tenía nada mejor que hacer, en realidad en Francia desde hace mucho, leer paga y muy bien, llevo a cabo un estudio sociológico sobre el suicido, y concluyo que tal acto es social y no individual). Esta gente que se mata, más allá de las habas que se cuezan en sus hogares, debe cansarse también del infierno correntino, llamas ígneas como conseguir trabajo por obra y gracia de la palanca, soportar el inmodificable curso de los acontecimientos de una sociedad conservadora, en definitiva, se debe hartar que no exista la posibilidad de realizase como persona, sin transar con el sinfín de indignidades por todos conocidas.
Un mundo que miente, descaradamente, que pide lo que no es, que no se cansa de exhibir esa faceta hipócrita, pérfidamente engañosa, ese dogma inspirado en las mejores argumentaciones para el engaño.
Y todo para que, para escuchar esa voz interna, que sabe que me esta mintiendo, que me provoca, con su supuesta dulzura, de que no hay que pensar en estas cosas, sólo en mañana, en lo mejor, en el bien, en todos esos conceptos, que esa misma voz ha fabricado, que no existen.
Un bálsamo para el ardor del alma, sería directamente, no sentirlo, no tenerlo, no padecerlo, esa misma sensación que otros describieron como náusea, que la filmaron con el color de una pastilla, un error en el sistema, una burla del prestidigitador, una continúa invitación a dejarlo todo, a pensar que nada será tan duro, tan cruel, tan desamorado.
Y no se trata ni de escupir mierda, ni vomitar negativismo, ni mirar medios vasos, vendría a ser como una enfermedad, uno no elige esto, sucede, no sé si antes de que uno nazca, en el algún momento, y mucho menos pueden existir culpables, retaceos, no probar con tratamientos, no haberse enamorado o no haber tenido los padres adecuados, quizá solo sean partes que no son la suma del todo.
Algo similar le ocurre al que se va de la tierra que lo vio nacer. Por lo general, huye con destino a una gran ciudad. No tanto por las luces de la metrópoli, ni siquiera en tren de alcanzar oportunidades laborales. El que se exilia, busca un lugar, donde el zapatero, el florero, el laburante, el día de mañana, por cierto talento y una dosis de suerte, pueda alcanzar la añorada realización. En Buenos Aires, abundan estos casos, y no necesariamente, porque sean más los habitantes. Ayer uno pudo haber estado vendiendo churros o chipa en una estación de tren del conurbano, y mañana, quién sabe, por ahí consigue un préstamo y se pone una pyme, o quizá pegue en una convocatoria de las tantas que realizan fundaciones y asociaciones, que no están para lavar los subsidios de los políticos.
Las soluciones o respuestas, sólo provienen de las sociedades que desean y anhelan cambios, pero para ello, primero hay que saber que existen otros modos, otras formas de vida, que los infiernos cotidianos, claro que se precisa, para sortear este segundo eslabón, el conocimiento o las ganas de ello, y como se dijo, esta es un simple muestra, que demostrará el poco interés que existe, en una sociedad determinada, de replantearse al menos, aspectos críticos que manifiestan, en conjunto sus ciudadanos.
“Pareciera que aquellos que optan por el frío de las cadenas, pretenden vivir en un estado ilusorio, en paisajes de fábulas, decoradas por siniestras metáforas. Ese laberinto plagado de mentiras, minado de falacias y forjado por el engaño, amenaza con ser el hábitat por naturaleza del hombre de los tiempos que corren. El Hombre libre no pretende alzarse con una verdad, no se cree en ellas, no es patrimonio o intención utilizar la crítica como finalidad, se anhela la concreción de efectivas respuestas a oportunos problemas. No es deseo de liberto de alma, el abanderarse en perspectivas políticas, económicas o religiosas, se apoyamo la frase definir es limitar. No se busca las banas luces de las cámaras, ni la gloria de la eternidad, la lucha de un ser libre no posee objetivos determinados o alcanzables. La Libertad ronda, como cuál aparición fantasmagórica por sobre una cruel realidad, para cuando el fantasma tome entidad, será demasiado tarde, tal como acostumbra a llegar quien tiene la posibilidad y la desecha, por miedo, temor o falta de arrojo
El precio de la libertad, no tiene que ver con ser autónomo o independiente. Ganarse el pan, por intermedio de un sueldo, es sumamente digno, deja de serlo, cuando el que paga, requiere sexo a cambio, que le ceben un mate (sí es que uno no fue contratado para eso) o que se entreguen a algo, de lo que uno no esta convencido. Uno también puede ser autónomo, pero agachar la cabeza ante el primordial inversor, tampoco es señal de haber adquirido libertad.
En definitiva, es una cuestión de elección, allí radica la verdadera libertad. Muchos optan por lustrar zapatos, y son designados ministros, subsecretarios o legisladores. Las vacilaciones que detentan, ante cada paso que deben dar, los develan, pero bueno sí son felices así, bienvenido sea.
Los que buscamos otra cosa, más allá de no saber sí llegamos a fin de mes y descubrir a grandes personas, como es mí caso, que entienden la situación, al menos podemos escribir con total sinceridad, lo que nos ocurre, sin tener que consagrarnos a lo que nos dicten.
Carece de absoluto sentido que hablemos de los muchos que no comen ni trabajan. Ni siquiera pueden leer el número de la boleta que tienen que meter en la urna, menos podrán comprender un texto, estos extranjeros dentro de la propia tierra, destinados a servir y satisfacer los deseos, de quienes tenemos la oportunidad de saber que existe la civilización.
Habrá que dirigirse a quienes se suicidan o se exilian, ya que si bien ambos se evaden, lo hacen en la medida de ser concientes que habitan en la barbarie. Tamaña empresa la de convencer a los que piensan en quitarse la vida, más allá de sugerirle un psiquiatra, nada garantiza que la promesa cristiana del edén celestial o la cruda realidad de la nada que hay más allá de la muerte, prevalezca una sobre otra. Una apuesta límite, como las muchas que se hacen en los tantos casinos de nuestra tierra, rojo o negro, lo que quedo del sueldo. Claro que de las deudas se sale, o al menos uno se puede esconder de sus acreedores, el suicida sin embargo, se juega su última carta. Escapa de su infierno individual que también es un infierno social (Durkheim, está bien es verano, y leer no paga, un tipo francés, que no tenía nada mejor que hacer, en realidad en Francia desde hace mucho, leer paga y muy bien, llevo a cabo un estudio sociológico sobre el suicido, y concluyo que tal acto es social y no individual). Esta gente que se mata, más allá de las habas que se cuezan en sus hogares, debe cansarse también del infierno correntino, llamas ígneas como conseguir trabajo por obra y gracia de la palanca, soportar el inmodificable curso de los acontecimientos de una sociedad conservadora, en definitiva, se debe hartar que no exista la posibilidad de realizase como persona, sin transar con el sinfín de indignidades por todos conocidas.
Un mundo que miente, descaradamente, que pide lo que no es, que no se cansa de exhibir esa faceta hipócrita, pérfidamente engañosa, ese dogma inspirado en las mejores argumentaciones para el engaño.
Y todo para que, para escuchar esa voz interna, que sabe que me esta mintiendo, que me provoca, con su supuesta dulzura, de que no hay que pensar en estas cosas, sólo en mañana, en lo mejor, en el bien, en todos esos conceptos, que esa misma voz ha fabricado, que no existen.
Un bálsamo para el ardor del alma, sería directamente, no sentirlo, no tenerlo, no padecerlo, esa misma sensación que otros describieron como náusea, que la filmaron con el color de una pastilla, un error en el sistema, una burla del prestidigitador, una continúa invitación a dejarlo todo, a pensar que nada será tan duro, tan cruel, tan desamorado.
Y no se trata ni de escupir mierda, ni vomitar negativismo, ni mirar medios vasos, vendría a ser como una enfermedad, uno no elige esto, sucede, no sé si antes de que uno nazca, en el algún momento, y mucho menos pueden existir culpables, retaceos, no probar con tratamientos, no haberse enamorado o no haber tenido los padres adecuados, quizá solo sean partes que no son la suma del todo.
Algo similar le ocurre al que se va de la tierra que lo vio nacer. Por lo general, huye con destino a una gran ciudad. No tanto por las luces de la metrópoli, ni siquiera en tren de alcanzar oportunidades laborales. El que se exilia, busca un lugar, donde el zapatero, el florero, el laburante, el día de mañana, por cierto talento y una dosis de suerte, pueda alcanzar la añorada realización. En Buenos Aires, abundan estos casos, y no necesariamente, porque sean más los habitantes. Ayer uno pudo haber estado vendiendo churros o chipa en una estación de tren del conurbano, y mañana, quién sabe, por ahí consigue un préstamo y se pone una pyme, o quizá pegue en una convocatoria de las tantas que realizan fundaciones y asociaciones, que no están para lavar los subsidios de los políticos.
Las soluciones o respuestas, sólo provienen de las sociedades que desean y anhelan cambios, pero para ello, primero hay que saber que existen otros modos, otras formas de vida, que los infiernos cotidianos, claro que se precisa, para sortear este segundo eslabón, el conocimiento o las ganas de ello, y como se dijo, esta es un simple muestra, que demostrará el poco interés que existe, en una sociedad determinada, de replantearse al menos, aspectos críticos que manifiestan, en conjunto sus ciudadanos.
“Pareciera que aquellos que optan por el frío de las cadenas, pretenden vivir en un estado ilusorio, en paisajes de fábulas, decoradas por siniestras metáforas. Ese laberinto plagado de mentiras, minado de falacias y forjado por el engaño, amenaza con ser el hábitat por naturaleza del hombre de los tiempos que corren. El Hombre libre no pretende alzarse con una verdad, no se cree en ellas, no es patrimonio o intención utilizar la crítica como finalidad, se anhela la concreción de efectivas respuestas a oportunos problemas. No es deseo de liberto de alma, el abanderarse en perspectivas políticas, económicas o religiosas, se apoyamo la frase definir es limitar. No se busca las banas luces de las cámaras, ni la gloria de la eternidad, la lucha de un ser libre no posee objetivos determinados o alcanzables. La Libertad ronda, como cuál aparición fantasmagórica por sobre una cruel realidad, para cuando el fantasma tome entidad, será demasiado tarde, tal como acostumbra a llegar quien tiene la posibilidad y la desecha, por miedo, temor o falta de arrojo