LA ESPERA
Una de las armas más eficaces y contundentes que utiliza el régimen, para aniquilar las expectativas y los deseos republicanos, y de tal forma, seguir reinando en los amplios campos del vasallaje, consiste en postergar, aletargar y adormecer a la plebe y sus ambiciones.
Los sectores menos pudientes y más empobrecidos, incorporaron a tal punto este mensaje, que ellos mismos, cuando son visitados por diferentes políticos en busca de votos (obviamente en turnos electorales) lo que reclaman, en muchos casos, imploran, es un futuro para su descendencia, para sus hijos. Han asimilado, cruelmente, que ellos mismos ya no tienen posibilidad alguna de salir de la condición de pobreza extrema, donde nacieron y morirán.
Los sectores medios que participan en política, aquellos que engordan los números de la plantilla del empleo público y que se constituyen en los multitudinarios ejércitos de los partidos políticos, aprendieron, tras años y años de espera, que la única manera de progresar, ascender social y políticamente, consiste en rendir pleitesía eterna a sus respectivos jefes, aguardando la llamada divina, que lápiz mediante, premie tanta adulación, lisonja y claudicación, para seguir obedeciendo, desde algún cargo, obcecadamente a sus hacedores.
Los sectores medios que no participan directamente en política, profesionales, comerciantes, productores, medios periodísticos, saben que el mejor negocio se encuentra en arreglar con el régimen, aguardando las mejores condiciones (la candidatura de algún conocido o amigo), para finalmente, llegar a la espera final, de una dádiva o prebenda, para engordar, astronómicamente, las ganancias .
La sociedad en general, confunde la espera perniciosa, que culturalmente alimenta él régimen, con la esperanza. El hombre que aguarda de la virgen o del gauchito el ansiado trabajo, en vez de ir a buscarlo. La mujer que aguarda mediante el gualicho que su marido deje de serle infiel, en vez de plantear directamente el tema. El joven que aguarda la muerte de sus padres, cómo para tener una casa propia, en vez de trabajar vigorosamente para lograr su fin. El adulto mayor, que aguarda, resignadamente que se apiaden de él, en vez de agotar las fuerzas y las energías, como para hacer oír sus reclamos.
El chamamé, Pedro Canoero, grafica con perfección taxativa, lo letal y poderosa que resulta el arma de la espera, inoculada en los ciudadanos comunes, recordemos la letra: “Pedro Canoero, todo tu tiempo se ha ido...Sobre la canoa se te fue la vida...Pedro Canoero la esperanza se te iba sobre el agua amanecida. Tu esperanza Pedro al fin no tuvo orillas.”
La grandilocuente fuerza del arma de la postergación o de la espera, se encuentra en que se la intenta confundir, ávidamente, con la esperanza.
Tener esperanzas no significa esperar nada de nadie, ni siquiera de una divinidad. Porque el creer en algo o en alguien, es un acto de fe o un acto de voluntad, movilizada por una convicción. Pero para creer en ese otro, por más que sea divino, primero hay que creer en uno mismo.
La única forma de contrarrestar el poder, que inocula el régimen, mediante la postergación y la espera, es tener esperanzas en nosotros mismos, en lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer.
Si seguimos en la espera esperanzada, nos sucederá lo de Pedro en la canoa. Esperaremos que nos digan de que temas hablar, esperaremos que formen las listas electorales, los menos pudientes esperarán un futuro para sus hijos, los claudicantes esperarán ser designados, otros esperarán hacer su agosto, y todos seguiríamos esperando.
Ahora, sí depositamos nuestras esperanzas en nuestras fuerzas y convicciones, podríamos llegar a la orilla, esa a la que nunca pudo llegar el canoero. De tal manera no se nos irá la vida, y el régimen esperará que al menos se lo recuerde.
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