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Lo normal y la locura, visto desde lo político y lo social

Todo acontecimiento que involucre al individuo como ser social, debe ser analizado desde ópticas que contengan el conjunto de manifestaciones que hacen a la problemática। A partir de este sagrado principio intentaremos interpretar de que manera en la actualidad, nominada cuasi universalmente como postmodernismo, (es decir aquello que está más allá de la moda o realizando una visión más historicista, lo que supera a lo moderno, creemos que inferir que este intento de superación; que está dado básicamente por la infinitesimalidad de los conceptos o una abrumadora contingencia dada para la elucubración de los principios que permiten el desarrollo de un sinnúmero de creaciones, sean científicas o de cualquier índole, pueden desviar nuestro objeto de análisis pero no por ello dejamos de esbozar un breve comentario a algo trascendente) en donde las visiones a cerca de las enfermedades mentales caen en bruscas confusiones, no sólo desde el abordaje profesional sino desde un amplio espectro social, en donde lo más problemático sea quizá en que hoy el concepto normalidad padece de una seria patología innata, agravada por una terrible infección adquirida.


A modo de agrupar con mayor precisión técnica y de comenzar con el análisis, nuestro propósito es el de; analizar la normalidad a través del pensamiento y el lenguaje (no sólo como procesos fisiológicos) ateniéndonos a una realidad social determinada (optamos por la Grecia Antigua, básicamente por su condición de generadora de las ciencias más abarcadoras) con el fin del que el lector traslade (con su pensamiento) y transmita (por intermedio del lenguaje en el sentido más amplio) sus conclusiones para diagnosticar con fehaciente precisión el estado actual del término normalidad.

El término normalidad debe su raíz al griego nomos, que expresa un sinificado de regla o norma, se encuentra fuertemente enraizado en una idea de ordenamiento social o para seguir con el griego de sofrosyne.Es de vital importancia considerar la fuerte dependencia que este vocablo posee con respecto a lo social, es decir su fuerte distanciamiento con lo individual. De esta manera nos encontramos con una aporía de gran antigüedad, la cuestión de la acción personal en cuanto a la interacción social.
Al situar este conflicto debemos dar un primer paso elemental , el hecho de descartar las patologías referentes tanto a la construcción del pensamiento (sea bradipsiquia, tradipsiquia etc) como a la forma ( ideas fuertemente arraigadas, ideas delirantes) ya que nuestro objeto de análisis pertenece a una esfera más general que el simple hecho de interpretar las condiciones particulares de lo que trata nuestra hermeneútica, es decir el considerar todas las perspectivas individuales bajo una crítica precisamente de todo lo que engloba a aquellas, es decir lo que significa realmente un estado dde normalidad.
Al abordar la problemática in situ nos enfrentamos a otro particular inconveniente, el de considerar la causa, como condición necesaria, en un sentido Aristotélico que nos revele la génesis misma de lo que se muestra como pensamiento canalizado en lenguaje.
Los caminos son claros pero intrincados ya que nuestro planteamiento no puede recurrir a argumentos empíricos por la simple cuestión de que nuestro objeto es una construcción del sujeto que termina siendo objeto del primero.
Es de vital importancia nombrar de que manera el determinismo genético se encuentra entrelazado con el idealismo que plantea un concepto de libertad, dentro de este campo lindante con lo filosófico es necesario aclarar estas arduas cuestiones.
Lev Vygotsky (en su texto ¨Pensamiento y lenguaje¨) critica tanto a Piaget (en su idea de pensamientos encadenados que parten desde el autista no verbal al habla socializada y al pensamiento lógico) como a Willian Stern (con su idea de personalismo) ya que dejan de helado las raíces genéticas del pensamiento y el habla y basan sus presupuestos en pruebas fácticas observables, el primero, y en construcciones teóricas, el segundo. Esta crítica no nos sirve dentro de nuestras consideraciones, ya que si bien, comprobado es el hecho de que las formaciones genotipales influyen directamente en una futura construcción de personalidad, resulta imposible predecir las modificaciones que podría ejercer el factor social, de esta manera nuestro circularidad de objeto–sujeto necesita una interpretación teórica, ya que la formación conceptual del término normalidad trasciende los límites fisiológicos y empíricos, trastornando tanto su ambigüedad en la definición como su abarcabilidad en la práctica.
Por tanto, y no es el caso de realizar un texto académico, no queda más que establecer con claridad meridiana, que desde un inicio y por todo el transcurso de los diferentes formas de concepciones filosóficas de la humanidad, la normalidad, hasta incluso asociada a lo orgánico o medicinal, (sobre todo después de Foucault), no deja de ser más que una etiqueta, utilizada por sistemas de poder, que imponen, cuando no, por discursos únicos, en realidad lo que debe ser (y no en el sentido Kantiano, sino sistémico) y no lo que es, desde un sujeto, que puede, pensar, amar, sentir y modificar sus propios parámetros como los ajenos, sosteniendo la construcción de lo no-normal o en realidad lo no establecido, que es ni más ni menos, que la consideración de la locura, por parte de los otros dominantes, pero que se traduce en el grito humano de la libertad en su máxima expresión, generando a su vez, expectativas hacia un futuro que se salga de lo establecido, permitido y normal.
El no normal, es un transformador innato, que debe cargar con la etiqueta negativa en su presente coyuntural, pero debe esforzarse por sostener sus principios e innovaciones a los efectos de apostar, no ya por él mismo, sino por parte de la humanidad que lo trasvasa, a un futuro probable y posible, donde las cosas se vean, se sientan, se lean y se interpreten, diferente.