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Debemos conmemorar el día del pobre.


Episódicamente nos acordamos del pobre, ideal para pegarle al gobierno de turno que no nos simpatiza y que tampoco se ha encargado del tema, especial para cada muerte de obispo realizar una recolección más por menos y expiar nuestras culpas, sensacional para generar miedo a quienes sometemos amenazándolos con sumirlos a tal condición si amenazan con no seguir engordándonos. En el payasesco calendario de efemérides que conmemora días tan variopintos y sustanciales para el reverdecer de la humanidad, como el día del árbol, de la argolla gaucha o del relincho amanerado, bien podría ser un excelente proyecto a tiro de decreto para algún gobernador o la iniciativa parlamentaria para un legislador, siempre pensando al pobre para ser usado.
Señalar esto mismo no significa estar en contra de quienes militan alegremente por los derechos de las hormigas californianas, entendiendo que la misma, por el afamado efecto mariposa, replicará en que si no las cuidamos, nuestros hijos incrementarán sus chances de contraer fiebre tifoidea y con ello, aumentar el calentamiento global y al fin al cabo, acortar el final de nuestros días.
Es una cuestión de energías, un ejemplo bastará, al menos para nosotros, para intentar aclarar lo que expresamos.
Se dice del filósofo alemán Martín Heidegger, acusado por muchos de ser colaboracionista o directamente pro-nazi, de que al ser consultado que hacía mientras sus conciudadanos masacraban seres humanos, se encontraba “releyendo a los presocráticos”.  Seguramente no le cabe la misma responsabilidad a quién metía a las personas en las cámaras de gas que al que con responsabilidades académicas trascendió por sus conocimientos y su creatividad ontológica. Algo similar ocurrió con nuestro proceso de reorganización nacional, o la dictadura cívico-militar, no es lo mismo el peso que le cabe al que sostuvo la picana, que al que cantó alegremente los goles de Kempes en el mundial.
Sí por determinados caprichos de los medios de comunicación está en boga la discusión acerca del porcentaje de pobres en nuestro país (cómo si esto resolviese algo además, en los siempre democráticos medios de comunicación, siempre son citados los mismos operadores de poder o de espacios a quiénes no le interesa menguar el número de pobres o han fracasado estrepitosamente en el intento), cualquiera que habite, más nuestra región (históricamente postergada dentro del concierto nacional), o Latinoamérica (a excepción de la Ciudad de Buenos Aires, en relación a Occidente) no puede desconocer la existencia, cabal y exponencial de pobres que nos rodean, nos orillan, nos claman y nos desnudan en nuestra ausencia total de capacidad y de interés por tener una comunidad algo más justa o ecuánime.
Quién tenga la posibilidad de polarizar sus utilitarios de alta gama para no ser alcanzados por los rayos del sol, ni por la mirada del pobre, como el que siendo vecino, convive a metros de la pobreza del otro, puede crearse o construirse hasta un muro, para tapar lo evidente, sin que ello signifique que desaparezca.
Es decir en el reino del libre albedrío, quiénes no hemos sentido la picazón en el estómago por necesidad, a quiénes nunca nos ha llovido más adentro que afuera, a los que desconocemos la tristeza de no ser dignos para encontrar el sustento diario, podemos contar con el derecho campante, y ramplón de luchar por los derechos fundamentales de los koalas oceánicos o de los felinos asiáticos (con el éxito asegurado de que justamente se los consideren seres sintientes, casi en plenitud de derechos, como el viajar en medios públicos de transporte), sin que esto signifique ser más ni menos que nadie, considerando incluso que dando esta disputa estamos colaborando, en ese todo tiene que  ver con todo, con la armonía mundial para tener un mundo más justo. Nadie quiere señalar que esto, es una moda tilinga de los que solo se deberían encargar los habitantes de los países nórdicos, y quién así piense debería ser reprimido severamente, en las redes sociales como por intermedio de algún organismo que vele por los derechos de que cada cual se caliente por lo que le interese, predicando incluso que así construye un mundo mejor.
Simplemente deslizamos, mencionamos, sucintamente, casi con vergüenza, pidiendo permiso, que en las iluminadas mentes de nuestros hacedores, que en los cálidos corazones que habitan dentro de nuestra clase dirigente, el pobre tenga su lugar en el calendario.
Al menos ese día, por esa avidez por pertenecer, compartiremos la foto en nuestro muro, donaremos algún centavo más, sin un claro interés político o religioso, y lo que en verdad sería lo más importante, más allá de las ironías, que se piense en el pobre, en su condición, en cómo hacer para que no sean tantos a los que a diario y a expensas de nuestra calidad de vida, les privamos de tantas cosas, como de su dignidad y hasta de un día en el calendario.
De lo contrario, continuaremos como hasta ahora, en un tratamiento o de gestión de la pobreza, concepto que peligrosa y antidemocráticamente a desplazado incluso al gobierno o al ejercicio del poder.
“Podemos constatar en qué medida es pernicioso otro slogan de moda, el que sugiere que hay que gestionar el estado como una empresa. Entendemos que lo que quiere decir es que debemos tratar sus diferentes servicios con la única perspectiva de la rentabilidad material. La rentabilidad es solo una de las  vertientes de la empresa, y que la otra son las ventajas simbólicas que obtienen los que trabajan en ella. Pero además el estado no es simplemente una taquilla de servicios. Posee un poder simbólico propio, porque ocupa el lugar de dios, cierto que no como objeto de culto, pero si como garante de la legalidad y de la palabra dada…El objetivo del estado no es la rentabilidad sino el bienestar de la población. Esta diferencia en los fines a los que se apunta incluye también a las administraciones y a las instituciones como escuelas y hospitales” (Tzvetan Todorov, Los enemigos íntimos de la democracia)
Hablamos de la verdad de Perogrullo que la política de un tiempo a esta parte, perdió una batalla, en la que continúa tristemente derrotada, en la lona, con pocas expectativas de franca recuperación. Tratase del cautiverio en donde la política ha sido sometida, por consultores, marketineros y un ejército de profesionales que en el afán del vil metal, han asestado un duro golpe a la institucionalidad.
Ese concepto, ladino, afrancesado, perverso  y todos los adjetivos calificativos que puedan ser aceptados por la Real academia, que le caben a la “Gestión”. Dícese de la anti-política, de todo lo representativo a lo antidemocrático, a lo vinculado a los años oscuros, a la violencia dictatorial, que nos lleva a los llantos de los torturados, a la mueca de horror de algún desaparecido, sólo representa, lo diabólico de venderle a la gente, algo que no es, timar al ciudadano, estafarlo en su buena y mala fe, tratarlo de estúpido, de tarado, de imbécil o mejor de idiota en su primigenio sentido griego (los que no se interesaban en asuntos público).
Debería corresponderle cárcel moral (vendría a ser un nuevo concepto de penalidad social más efectivo que el actual y anárquico escrache que lo expondremos en otra oportunidad), al funcionario que pretendiera hablar de gestión, travistiendo bajo ese eufemismo, su obligación, su responsabilidad, la justificación de su sueldo, el deber ser con su comunidad y su razón de ser como hombre en el sentido más amplio.
Es como sí el médico nos dijera que le tenemos que agradecer, tras haberle pagado y tras habernos diagnosticado, una cosa es que le demos las gracias otra que nos la pida, que nos haga sentir que además de todo, le seguimos debiendo, en este caso las gracias. Es como si vinieran todos los maestros y profesores (desde el jardín) de algún hijo recién recibido, supongamos de abogado, y nos pidieran que le hiciéramos un asado a cada uno de ellos, por haber sido condición necesaria del título de grado de nuestro vástago. O para terminar con el arbitrio de ejemplos, sí cada uno de nuestros patrones, se instalara un domingo en el sillón de nuestro hogar, para cambiar los canales del televisor, dado que nos da trabajo los días hábiles.
Esta canallada que se impuso por una lógica cultural que se propuso poner de rodillas a la política, tiene a sus defensores a ultranza que son esos petimetres que no tienen inconvenientes en cambiarse de calza para dar a entender una supuesta identidad política que la cambian al primer viento.
Expliquemos entonces, no ya lo que pensamos o creemos, sino lo que nuestros antecesores, nos han legado como las funciones misma del estado.
Podemos dar el salto a Hegel, en “La Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas” cuando afirma “La esencia del estado es lo universal en y para sí, lo racional de la voluntad, pero que en tanto está sabiéndose y actuándose es subjetividad simplemente y en tanto realidad efectiva es un único individuo. Con referencia al extremo de la singularidad como multitud de individuos, su obra consiste en general en algo doble: por una parte, en sostener a estos individuos como personas y por tanto en hacer del derecho una realidad efectivamente necesaria, promover luego el bienestar de aquellos individuos (bienestar que cada uno procura para sí en primer término, pero que tiene simplemente un lado universal) proteger a la familia y dirigir a la sociedad civil…Con respecto a la libertad política, o sea la libertad en sentido de la participación formal en los asuntos del estado por parte de la voluntad y actividad de los individuos que, por lo demás, tienen como tarea principal los fines particulares y los negocios de la sociedad civil, se debe advertir que por una parte, se ha hecho corriente llamar constitución solamente a aquel aspecto del estado que se refiere a una tal participación de esos individuos en los asuntos generales, y se ha hecho también corriente considerar como estado sin constitución a aquel que no da lugar formalmente a esa participación”.
Al menos un día, debería ser para el pobre, con el viejo y perverso cuento de que todos los días trabajamos por ellos, constituyéndolos en el centro de nuestras supuestas preocupaciones, hemos logrado que las mascotas de los más pudientes vivan mejor y gocen con mayor plenitud de sus derechos que los hijos de los pobres, y el estado, aumenta su complicidad, en esta aberración.