No preguntes más nada
Me había quedado muy claro, nada se lograría sin la aquiescencia de quién tuviera el poder, independientemente de cómo lo haya obtenido, o lo que es peor, de cómo lo conservara.
Nada, me volvió a agarrar ese ataque, esa picazón en las zonas pudendas, como una especie de ladilla metafísica que se sitúa en los órganos velados por la ropa, porque demonios no tranquilizarme acaso, no desear ser eso, no querer hacer nada más que respirar felicidad rodeado de los míos, comer, dormir, nada más o mejor dicho, que más, para que cambiar, la ideología y esas cosas enfermizas, aceptar el legado, el destino, el karma, la voluntad de dios, recostado en un lapacho, abotargado de vino o agua mineral, el principio budista de no desear, o el cristiano de aceptar, todo sea, por algo que no implique esas ganas de algo, de ese algo soberbio, petulante, estúpido, de cambiar, de poder, de transformar, con palabras, ideas, filosofía, política, porque la desgracia de no ser feliz tan solo con patear una pelota, mirar televisión, darle de comer a las palomas o simplemente caminar, porque ese vértigo, ese fuego fatuo que me impulsa a decir estas cosas, a la burda maniobra de pretender zaherir al poderoso, o los que el poderoso lego su poder en la tierra, que lástima, que mala fé, que desperdicio, cuál será el punto final para este sometimiento de ser esclavo de lo que uno pretende cambiar, y sí en definitiva la eternidad es precisamente lo mismo, es decir la repetición de, entonces ya ni siquiera la muerte es salida, y queda el resquicio de ese rincón del costado, ese milagro no esperado, de que de una buena vez uno amanezca curado, por arte de magia, porque el prestidigitador se aburrió de nuestro padecimiento, porque la ciencia invento esa pastilla tan necesaria de conformarnos con lo que tenemos, erradicar el maldito espíritu crítico, esa mosca en la oreja, esa picazón, la náusea, el momento en que todo se nubla, el minuto después del partido de fútbol, o del sexo, tan sólo un instante, esa temporalidad que también es demoníaca, sentirse como en los tiempos de estudiante universitario, teniendo una mujer demandante, una casa a mantener, un hijo creciendo y padres grandes, es como que nada se detiene, que no hay fondo, que todo es caída libre, que uno no aprendió nada, que el cuerpo, más flácido, más envejecido, ya no te aguanta los excesos, te hace temer, y nada uno ahí estoico, grandioso, inmejorable, aferrándose a esa puerilidad de la esperanza, a esa vacío sin tiempo, o para que un buen pedazo de vacío sea todo el tiempo la única preocupación, ocupación, negar todo, olvidarlo, las luchas, los porqués, los deseos, hacer un back up, del espíritu, que todos los santos te nutran día a día, ser albañil y nunca haber pensado, tan sólo, ser esclavo sin conciencia de, vomitar y defecar, al unísono de tantos conceptos, libros, teorías, estupideces de locos, truhanes y enfermos como uno, que legaron tanta pavada junta, para que otros nos contagiemos de ese cuestionamiento permanente, esa insatisfacción que el psicólogo o la psicología no pueden explicar, esa basura enlatada que debería ser expulsada de este mundo para que vivamos felices, sin preguntarnos más nada.