Los Problemas históricos y estructurales atentan contra las buenas intenciones de un presupuesto federal.
No se trata, como sí fuera fácil, de torcer el rumbo y el destino de una patria que fue pergeñada a partir de un diseño colonialista, merced a una conquista antojadiza y genocida, se pretende que el próximo presupuesto, sea “considerado federal” en todas sus partes y artículados, se prescinde de almenos, mencionar un contexto histórico que nos situé en cuadro para ver donde estamos parados.
Cuentan ciertos historiadores, que Florencio Varela, en el año 1843, enfilado en los campamentos unitarios, descolló con la brillante propuesta política de, augurar o gestar, la independencia de las provincias de Corrientes y Entre Ríos, tal como años antes, en aquel entonces, hubo de ocurrir con la provincia Cisplatina (luego la Banda Oriental y finalmente la República de Uruguay), para contar de tal modo, con el apoyo irrestricto, de las fuerzas ofensivas de los imperios británicos y franceses, que más allá de disputas entre sí, tenían como objetivo común, la libre navegación por las aguas del ex virreinato del Río de la Plata, hecho al cuál, se oponía férreamente, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y representante ante el exterior, de la Confederación Argentina, Don Juan Manuel de Rosas.
Florencio Varela, a quién nuestro país lo congratularía más tarde, con la denominación con su nombre, a un partido del Conurbano Bonaerense, entre otras cortesías, llevaría la propuesta de crear un estado independiente, conformado por las provincias mesopotámicas, como prenda de cambio, para que las fuerzas militares de los actuales países unidos por el canal de la mancha, sacaran por las armas, al dictador Federal y tenedor de la suma del poder público, según destacaron, incansablemente, los unitarios, fusiladores de Dorrego y vencedores en Caseros.
Finalmente, en la Batalla de Potrero de Vences, Corrientes (o una de las posibles provincias con destino de país independiente) quedo definitivamente integrada a la Confederación, que bajo férreo y dictatorial accionar Rosista, además de desconocer tantos derechos elementales, también otorgó a la eminente nación, una unidad territorial que se mantendría en el transcurso de los años.
Sobrevendrían años más tarde, combates fraticidas, como la sangrienta Guerra de la Triple Alianza, en donde la valiente decisión de los trabajadores de los astilleros correntinos, quedaría en los anales de la historia, al declararse en huelga, para no seguir construyendo armas que fueran utilizadas para aniquilar a los hermanos paraguayos.
La historia no detendría su curso, e independientemente de la visión ideológica que se tenga de nuestro pasado, ni la generación del ´80, ni los conservadores, ni los radicales, ni los peronistas, ni los desarrollistas, ni los militares, ni las diferentes expresiones de los grandes partidos que ocuparon el poder en la democracia, se han encargado de generar una política de estado, propicia y atinente, a los fines de desactivar, el grandilocuente y paralizante, centralismo unitario, que aún continúa desde aquellos tiempos, en donde se estaba conformando nuestra nación.
Se podrían escribir tratados enteros, con datos estadísticos y con citas de documentos oficiales, para avalar, lo que es conocido y reconocido por todos, pero que sin embargo, pese al paso del tiempo, seguimos arrastrando, cuál estigma diabólico, que podría constituirse, como uno de los pilares, de los males que nos atañen como país.
Aún se encuentra vigente la Ley Nacional, impulsada por el ex presidente Alfonsín, para trasladar la capital gubernamental a una ciudad patagónica. Proyecto retomado, por un ex candidato presidenciable, en los últimos comicios, el Dr. Rodríguez Saá, con la variante, de que el traslado se haga a una ciudad cordobesa. Habría que remitirse sí no, a los trámites parlamentarios de ambas cámaras de la nación, o incluso consultar a cuanto legislador nacional haya adquirido la condición de tal, para que comenten, desde hace cuanto (y sobre todo en el punto de la coparticipación federal) se intenta trabajar sobre proyectos, que desactiven, al menos paulatinamente, el centralismo unitario que arrastramos y nos lacera.
Claro que esta aquí, nos remitimos, a lo que se puede documentar, y porque no decirlo hasta aspectos sumamente obvios.
Pero, como toda acción comunitaria, existe un corpus cultural, que sostiene y subyace, esta realidad lamentable e irresuelta, que nos condena a vivir bajo un régimen de unitarismo centralista, más allá de las declaraciones de la carta magna y de los relatos de los libros de historia.
Manifestaciones, acciones y costumbres que traccionamos desde las épocas en donde nuestro país, ni siquiera era conocido por su nombre actual.
Hoy, tataranietos de aquellos gestores de nuestro pasado, nos seguimos comportando, bajo los preceptos antagónicos y de confrontación, como los que hubieron de llevar, a los primigenios Florencio Varela, Juan Manuel de Rosas y demás, al espeluznante conflicto sangriento y civil.
Es un secreto a voces, que en la actualidad, el hombre del interior es discriminado en todos los sentidos, por un capitalino o un porteño. Incluso más, quién ha nacido más allá de la general paz, sabe y tiene conciencia de su situación de ciudadano de segunda. La calle, el vulgo o la gente, se dirige con términos más concretos y más hirientes. Un Jujeño o Salteño, es llamado directamente Boliviano, otro tanto ocurre con Correntinos o Formoseños, que son calificados como Paraguayos. Llega a tal punto, el aferramiento a las pautas culturales, de nuestro país centralista unitario, que muchas veces se dice, con humor por cierto, que todo lo que este límites afuera de la capital federal, pertenece a la barbarie. Innumerables cantidad de ejemplos, se podrían mencionar y que dan entidad, al pensamiento colectivo, que sostiene, la no concreción de un verdadero federalismo. Habría que preguntarse, que van a buscar los cientos de miles de provincianos, que pueblan las villas miserias del conurbano, para estar más cerca de Dios, dado que este, según el adagio, atiende en la capital. Tendría que preguntarse, usted, caro lector, sí es que habita en el interior, cuantas veces tuvo que recurrir a un viaje, para resolver un tema de salud, estudios, de negocios o de divertimento, a la tan cálida y a la vez unitaria metrópoli. En el caso de que habite en la Capital o sus adyacencias, seguramente ya ha recordado, alguna vez, que al menos pensó con términos despectivos hacia sus coterráneos, nacidos en el interior.
Por supuesto que este aspecto fundacional de una república, irresuelto como en nuestro caso, no se solucionará de la noche a la mañana, menos aún si llevamos más de 160 años de continuidad, con el modelo unitario centralista.
Al menos debería constituirse en una bandera, que sea mucho más que proyectos o buenas intenciones, como lo hasta aquí demostrado por nuestra dirigencia en este punto. Incluso debería ser un desafío para intelectuales e historiadores, que siguen pugnando por defender el accionar de diferentes héroes. A la altura de las circunstancias, cabe preguntarse, lamentablemente y en defensa de un verdadero federalismo, sí no hubiera sido mejor que el proyecto llevado a los anglo-franceses, por el unitario Florencio Varela, resultara triunfante, por sobre la, supuesta, política de unidad federal, que forjó Don Juan Manuel de Rosas.
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