Popular Posts

El derecho de la derecha de establecer las reglas de juego o el quiebre de las mismas.

 




Concediendo que las categorías del (no) entendimiento de la política no pueden ir más allá de izquierda y derecha haremos el siguiente discernimiento tanto en lo respectivo a lo posible como a lo deseable. 

Quiénes parten de consideraciones generales para abordar los aspectos políticos tendrán por lo general una inclinación más a la izquierda que aquellos que aborden los aspectos de lo común desde la óptica de la consideración individual. 

Los que confíen sin remilgos en la posible predisposición bondadosa del sujeto antes que la intermediación del temor o la especulación también tendrán tal predisposición. 

Sumaremos a los que sientan, demuestren o narren, que las prioridades de lo público deben estar orientadas siempre a resolver antes que generar, a distribuir antes que recaudar a invertir antes que acumular. 

Se construye por tanto una superioridad moral ya expresada por quiénes habitan en tal espacio decoroso moralmente y políticamente correcto para los ámbitos comunicacionales, educativos e intelectuales de las sociedades occidentales. La famosa posición "políticamente correcta" de situarse en el otro, cuando en verdad es despojarlo de su autodeterminación y derecho a que expresa una posición concreta, antes de que se la asuma previamente, bajo la excusa de la representación, siempre acorde a los valores democráticos y sus legitimidades electorales (aquí habría que preguntarse cuán legítimo es que alguien despojado de la posibilidad de comer, sea obligado a ceder, es decir votar, a sus gobernantes o representantes).

Finalmente recubre la escisión de ambos campamentos, un telón romántico de una juventud interminable que apuesta a la posibilidad antes que a la realidad donde una disposición a la vejez o la senectud se apropia de quiénes deben arrumbarse a la derecha de las cosas. 

Sí toda la aventura de lo humano discurriera por el deseo, a nivel político en la izquierda están los que asumen tal pretensión y en la derecha los que aún no han dado cuenta de la misma. 

En este punto recae la actual sorpresa que deparan los movimientos políticos de derecha que se granjearon el apoyo de "jóvenes" que dislocaron aquella concepción existencial que nació en el mayo francés. Las actuales generaciones ya no pretenden ni lo imposible, ni el futuro, desean, en el caso de que lo hagan por motu propio, lo asequible del aquí y ahora, por más que sea algo reducido, mínimo o estrecho. Habría que agregar también, que desean, más bien que aquel otro no tenga lo que ellos tampoco pueden tener. Esta posición existencial-política, define el "ethos" de las juventudes inclinadas a la derecha. No creen ni necesitan creer en un mundo mejor o para todos, en todo caso, pretenden que sí el mundo es hostil e inaccesible para ellos, también lo sea para la mayoría de esos otros (por lo general, representantes políticos o intelectuales situados en la izquierda, agrupados en la categoría de "casta"). 

Por esta misma razón es que en tal sector, la acción política queda siempre difuminada, en una suerte de ventisca fantasmagórica, que apenas por breve tiempo intercede en la realidad efectiva o en lo realizable. Por más que sea más activa, que gane las plazas y calles, siempre fresca en constituir mayorías independientemente que sean minorías que en el fragor de la expresión se hacen escuchar callando a los demás. Esta es la reacción, a la que acude la derecha actual en el poder. Empoderada, incardinada en la legitimidad democrática de sus triunfos, arremete con toda la consideración cultural que se agrupa detrás de la definición "woke". 

Políticamente es inobjetable. Jurídicamente, recurrible, pero no descartable, filosóficamente esperable (entendiendo desde un punto hegeliano, dónde el acontecer alumbra luego de las disposiciones de tesis y antítesis, o de acción y reacción), eso sí en el ámbito de la filosofía política, es dónde se genera el gran dilema. 

La izquierda apunta siempre al universal sistema, a lo súper-estructural que en última instancia funge como excusa perfecta cuando los indicadores numéricos encienden las alarmas que en tren de perseguir el ideal, pasa inadvertido el día a día, el momento a momento, de tantos que pierden posiciones en los vagones y se caen de la formación por los maquinistas, que frenéticos toman todas las curvas por izquierda. 

Bajo este mismo "espíritu" de izquierdas, responden entonces, ante la avanzada de la derecha en el poder, esgrimiendo la paradoja de la tolerancia "un concepto filosófico, de Karl Popper que sugiere que, si una sociedad extiende la tolerancia a quienes son intolerantes, corre el riesgo de permitir el eventual dominio de la intolerancia, socavando así el principio mismo de la tolerancia". 

La derecha en el poder, hace, "doma", arremete y no se detendrá en el campo de las formas (del que se validó electoralmente y en el que reina en redes sociales y agenciamientos de coyuntura) llevando el escenario al estadio actual en el que no pocos caen sorprendidos. 

Así las cosas, tal como la disponen y comprenden los políticos e intelectuales, no podremos continuar con la democracia, tal como la venimos experimentando de un tiempo a esta parte. Sobrevendran discusiones acerca del derecho a la resistencia o la sedición y en el caso de que tales disquisiciones llegan a los estrados judiciales, se llegará a que la cuestión la defina el menos democrático de los poderes del estado: el judicial. 

Que la última instancia de las tensiones republicanas y por ende democráticas, acabe en la mesa de roble o de nogal, de un alto tribunal, para que los que no han sido votados, voten por mayoría simple, sí una norma proveniente de las entrañas del pueblo mismo, del líder del ejecutivo, votado para gobernar, habiendo sido tratado en diferentes instancias en un parlamento, constituído por representante, que están allí por mandato popular, es para Waldron, como para quién esto escribe, la cabal muestra del gobierno de los jueces. O lo que expresábamos años antes que el autor citado, que la última ratio de las democracias, es el mojón del poder judicial, tal cómo ocurrió en Argentina, el 10 de septiembre de 1930, con la acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que se constituyó en la doctrina jurídico-legal de los gobiernos de facto, y que a casi 100 años de ello, apenas, y muy pocos, cómo en este caso, ponemos en evidencia, para desterrar, filosófica y conceptualmente que la acción política jamás debiera ser un asunto del judicial, al que además habría que repensarlo no necesariamente como poder, sino como una mera administración de lo que pueda considerarse justo.

Redefinir la democracia se constituye en el elemento central en que debieran concentrar sus energías y disposiciones los actores tanto de derechas como de izquierdas. 
 
Caso contrario, las disputas de un no-entendimiento de lo democrático, como el actual sistema agotado en el que sobrevivimos, lo dilucidarán jueces, en el mejor de los casos, y con sus tiempos y formas aborrecibles o la imposición por la fuerza del poder más primigenio que se detona en las guerras o en el enfrentamiento en las redes, en el éter con drones o en las disputas a sangre en las calles. 


Por Francisco Tomas González Cabañas.